Edición

Borrar
Cena de Nochevieja en Calor y Café. Blanca Rodríguez
«La visibilidad se consigue con amor»
Navidad en Granada

«La visibilidad se consigue con amor»

IDEAL comparte la cena de Nochevieja de la Asociación Calor y Café, con más de ciento cincuenta personas sin hogar o en situaciones desfavorecidas

Encarna Ximénez de Cisneros

Miércoles, 1 de enero 2025, 17:16

Hay una historia por cada persona: sin hogar, lejos de sus familias, en situaciones precarias o con mucha soledad. «Nos hemos llevado muchos golpes», dice Sergio, contando la dureza de la calle. «Somos los fáciles», aludiendo a robos y violencias. Solo lleva algo más de dos meses en esta situación, que ha mejorado al acceder a una habitación habilitada para este colectivo. Pero será solo una semana, dos a lo sumo. Luego tendrá que volver al portal donde se cobijaba. Lo cuenta delante de un compañero de penurias, El Aroua, 72 años y preocupado porque le robaron el móvil. Y es entonces cuando aparece un ángel llamado Ana Sánchez que le da la sorpresa, otro teléfono. Y ambos se fundieron en un abrazo.

Ana, presidenta de Calor y Café, había llegado a las siete y media de la mañana para, junto al voluntariado, tener a punto el desayuno y merienda que, diariamente -«solo cerramos los domingos»- se ofrecen en la sede. Pero era un día especialmente largo, con la cena de Nochevieja, un año más, dando compañía, alimentos y «mucho amor».

Acudió Teresa, que ha tenido que volver desde Marruecos a Granada y que está sola. No ve a sus hijos y no sabe dónde vive su madre. La sitúa por la Alpujarra y, aunque en su momento tomó una decisión drástica que le impide buscarla, no le importaría recibir una llamada suya.

Distintos momentos de la celebración en Calor y Café E. X. C.
Imagen principal - Distintos momentos de la celebración en Calor y Café
Imagen secundaria 1 - Distintos momentos de la celebración en Calor y Café
Imagen secundaria 2 - Distintos momentos de la celebración en Calor y Café

Soledad tiene 52 años y cinco nietos, pero su vida está en Calor y Café, donde pasa todos los ratos que puede. Allí encuentra cariño, y no deja de preguntar si alguien la puede llevar a casa después de la cena. No pudo disfrutarla María del Carmen, 65 años, porque donde está acogida tienen horarios muy estrictos. A Manuel eso no le preocupa porque no tiene techo; como muchos usuarios.

Otros sí, pero sus ingresos apenas llegan para gastos imprescindibles. Por eso acuden para tomar algo caliente, ducharse, recibir la correspondencia, asesoramiento y orientación. Y para recoger ropa. «Una manta para Carolina, que duerme en la calle», se oía decir a Ana que pasa de los saludos a fregar los cacharros o resolver dudas de los voluntarios, que aún en Nochevieja no dejan de echar una mano.

Incluso a quien no está por gusto, como la joven, interna en un centro de menores, que acudió junto a su educadora social: «no me dejan salir para ver a mi familia y no entiendo por qué tengo que venir». Pero acabó encantada de la experiencia, en una noche junto a personas sin nada –o casi-, a las que ayudó a sentirse atendidas y cuidadas.

Con la 'casa' a cuestas

No todos aparentan esa situación límite. Van aseados y correctamente vestidos, con la dignidad de no ser señalados en la calle. Otros no pueden ocultarla porque llevan su «casa» a cuestas. Simplemente, no tienen dónde dejar las pertenencias durante las horas muertas del día, las que transcurren entre comida y comida, cuando toca.

Antonio colabora desde que se jubiló –era responsable de la empresa Bernina- y cuenta casos que pueden resumir situaciones de personas en exclusión social. Ideas que comparten Agustín o Loli, de Pro Derechos Humanos: «Siempre hay un trastorno, pero no sabemos si es lo que les llevó a la calle o fue esa vida la que lo produjo».

Por eso, en Nochevieja era importante un momento de respiro. Comida –todo donaciones-, mucha complicidad y música. Y uvas, a la antigua usanza, con Miguel atizando a la bandeja, para marcar las campanadas. Cada cual se marchó a su hora. Se llevaban, con permiso, aquello que no habían comido, o que sobraba. Los más afortunados, a casa, como María y su madre, del mismo nombre, con 82 años, siempre risueña, a la que no le gusta la soledad.

Y como en la canción de Serrat, se acababa la fiesta y tocaba volver a la realidad, no siempre agradable. Seguirán esperando una oportunidad; nuestra sonrisa, al menos, y esos ratos en Calor y Café que les recuerdan lo que son, personas.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

ideal «La visibilidad se consigue con amor»