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Antaño las elecciones generales servían para elegir presidente de gobierno, pero también incluían anexos de los que el infeliz votante no era consciente. «Ha quedado ... perdonada nuestra responsabilidad en los GAL, la corrupción, la subida de impuestos…». Daba igual el partido ganador. La letra pequeña de la papeleta, tan minúscula como inexistente, permitía a los exégetas cualquier traducción. Dado que el transcurso del tiempo todo lo degrada, ahora ya no se necesitan millones de votos para limpiar historiales y faltas. Basta con que un pequeño grupo de personas manifieste públicamente y con ostentación su particular opinión.
Costumbre inveterada entre la plebe hispana. Un bailarín flamenco, Farruquito, atropella a un ciudadano; conduce sin seguro y al doble de velocidad; se da a la fuga. El atropellado muere. Tras una liviana pena de tres años de los que sólo cumple catorce meses en prisión, la primera vez que se sube a los escenarios es ovacionado antes de empezar su actuación. El pueblo soberano lo ha amnistiado.
Isabel Pantoja, tonadillera y ¿enamorada? de un alcalde corrupto, fue condenada por blanqueo de dinero. Uno de los vicios que el personal más detesta. Sin embargo, cuando hubo salido de prisión, en su primera actuación se acaban las entradas y la gente la aclama 'guapa, guapa'. El perdón popular alcanza a sus coplas.
Más recientemente Plácido Domingo fue acusado de acoso sexual por compañeras de profesión. Al principio dubitativo en la respuesta, el tenor escribe una carta que pretende exculpatoria, pero que, sin embargo, es una confesión de parte. Se deja que el tiempo difumine los baldones. El pasado miércoles 9 de junio volvió a cantar en el Teatro Real. Ocho minutos de aplausos ininterrumpidos para absolverlo de esos pecadillos de juventud que, según él, cometió «porque eran otros tiempos».
Tengo curiosidad por saber cuál será la reacción soberana cuando 'ese' cura, –reprobado inmediata y tajantemente por la jerarquía eclesiástica– que ha afirmado que la madre es la culpable de la muerte de las dos crías canarias por haberse separado del marido, sea aclamado al finalizar una homilía en la que glose Efesios 5, 22-23: «las casadas estén sujetas a sus propios maridos (…) porque el marido es cabeza de la mujer…». Hemos de suponer que, si es felicitado al concluir, sus pecados quedarán perdonados. Igual que el cargo de ministra y los votos que la adornan eximen de responsabilidad a Irene Montero cuando utiliza dicho crimen contra la 'justicia patriarcal' (sic) y para defender la inocencia de la rea Juana Rivas en una actualización de lo que es confundir el culo con las témporas. No quiero ni imaginarme que pretende 'esa' ministra cuando reclama una justicia 'feminista'.
En mi isla desierta no habrá loores de multitud. La ventaja de que yo sea el único votante es que si cometo un delito lo perpetro contra mí mismo por lo que sólo a mí me corresponde la condescendencia. Es posible que no sea muy democrático esto del voto único y por tanto unánime, pero abjuro de tanta aclamación popular que sólo nos conduce a la más ínfima abyección moral.
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