
Biografía y verdad
Como historiadora tengo buen olfato para conocer a los seres humanos; por eso no soy cortoplacista ni creo en la justicia terrenal. De la divina, ni caso.
Adela Tarifa
Miércoles, 22 de noviembre 2023, 23:41
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Adela Tarifa
Miércoles, 22 de noviembre 2023, 23:41
He publicado bastantes biografías históricas. Por eso me atrevo a afirmar que abundan las hagiografías. También digo que es el género epistolar lo mejor para ... conocer a los biografiados cuando no se tiene la ocasión de tratarlos asiduamente en su intimidad familiar. Es que los humanos forjamos nuestra imagen pública a conveniencia, y hay que ser muy observador para descubrir la auténtica identidad de cada cual. No crean conocer a su vecino por haber vivido décadas frente a su portal, ni confíen en su buen ojo para elegir amigos leales. Con frecuencia pasa que un día le dan un premio o un carguillo a ese colega al que admirabas por su sencillez y cercanía, y amanece transformado en pavo real. Por eso lo habitual en las relaciones humanas es la decepción, sobre todo en la vejez.
Opino que la única oportunidad de biografiar a alguien con cierta credibilidad es acceder en su archivo privado, y mejor después de su muerte. Ahí se reflejan sus principios éticos, si los tiene. Aquella película de los hermanos Marx, cuando uno dice a su interlocutor que él tiene estos principios, pero que si no le gustan se los cambia por otros, retrata la vida misma. Lo que afirmo tiene hoy una extraordinaria vigencia dado que ciertos políticos en cuestión de días, por un puñado de votos, se desdicen de lo que afirmaban mirando a cámara, y no se sonrojan. Es que sólo son actores y lo único que les importa es el poder y la nómina, aunque esté en juego el futuro de un país.
Como historiadora tengo buen olfato para conocer a los seres humanos; por eso no soy cortoplacista ni creo en la justicia terrenal. De la divina, ni caso. La historia está llena de dictadores que murieron entre aplausos, como Franco, y de genocidas elevados a los altares, como Stalin, por poner ejemplos recientes. Si existieran realmente tribunales de castigo para traidores a la patria, autócratas y asesinos de la humanidad, no habría suficientes cementerios ni cárceles donde recluirlos. Pero la mayoría se van de rositas, y casi todos destruyen sus archivos privados, aunque algo se salva siempre. Busquen sus cartas personales y lean entre líneas. También son útiles las memorias, si se escribieron para no ser publicadas. Las 'automemorias' no valen: muchas las hacen los palmeros. A veces algo se saca del género periodístico, de la columna de opinión, útil para adentrarse en el subconsciente de ciertos personajes. Y ocasionalmente bajan la guardia algunos en escritos que se supone nadie va a ver nunca. Así me he encontrado yo en los archivos seres sin alma. Por ejemplo, constaté que algunos administradores de la Casa Cuna de Úbeda en la Edad Moderna eran satánicos. Uno de ellos, Nicolás Martínez, mientras falsificaba las cuentas de la cofradía de los expósitos para apropiarse de sus rentas, consciente de que con ello condenaba a estas criaturas a la muerte, en un día de aburrimiento se atrevió a pintarrajear con humor negro la sentencia final de todos estos niños: «murió desabiado». De hambre. Era su risotada, su brindis tras asesinar a otra víctima. Es que una cosa es perpetrar un delito y otra aún peor es divertirse al hacerlo. Eso es matar dos veces.
Precisamente ahora, para no mirar el veneno que sale por la tele, leo un ensayo de Manual Azaña sobre el escritor Juan Valera, al que Azaña admiraba pese a ser personalidades tan opuestas ideológicamente. Ahí biógrafo y biografiado se retratan pues sale a relucir su escala de valores. No pretendo hoy abundar en la personalidad de Manual Azaña en un nos renglones tan apresurados. Doctores tiene la iglesia al respecto. Sí digo que en este caso también lo que más humaniza a Valera y a Azaña son sus cartas.
En el caso de Azaña es vital conocer lo que nos dejó autobiográfico. El desencanto personal frente a lo que pasó en el final de la segunda república, parasitada España por Stalin, su aferrarse a ideas de izquierda compatibles con la democracia, su convencido republicanismo, su triste prisión en Barcelona, le hicieron clamar en el desierto de aquella España desnortada, cuando ya no había salida pacífica. Él nunca imagino los disparates a los que llegarían aquellos fanáticos independentistas catalanes, a los que se les había dado todo, incluido el Estatuto. Es que Azaña defendía la unidad de España. Pero, como se equivocó en los procedimientos, acabó pidiendo «paz, piedad y perdón». Es que Azaña, aunque no supo ver con tiempo lo que se avecinaba, era reformista, demócrata y republicano, y conectaba con el socialismo moderado de Indalecio Prieto, pero no con el socialismo marxista de Largo Caballero. Es que nadie deja de ser comunista, y por ende totalitario, porque se vista de Prada o porque le llamen socialista. Es que a Azaña le dolía España, y no hizo negocio de la política. Adema era un extraordinario intelectual, como demuestra sus escritos biográficos sobre Juan Valera, todavía no localizados en su integridad, que es de lo mejor que he leído en estos días. Respecto al ilustre egabrense Juan Valera ya hablaremos otro día, cuando acabe de leer, y subrayar, este magnífico libro de Manuel Azaña.
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