Se acaba el verano. Ya ha despertado la vida en colegios e institutos. Ahora toca cumplir lo prometido, pues dije a mis lectores en otra columna que dejaba en el aire una pregunta complicada: ¿contribuye la educación escolar en la modificación de comportamientos machistas? ¿Ayuda ... a frenar la escalada de violencia contra la mujer?
Mi respuesta es pesimista: influye poco.
Algo sé sobre esto tras treinta y ocho años como profesora. Por eso opino que el discurso teórico de los docentes modifica escasamente las actitudes machistas. Creo que esto pasa porque la labor de los profesores, y sus mensajes, cada vez tiene menos credibilidad social, consciente gran parte de la ciudadanía de que se expresan por imperativo legal. Ellos son fieles a los idearios del centro, y en el caso de la enseñanza pública, a las consignas gubernamentales de turno, que intentan usarlos en beneficio electoral. Por eso hay tanto interés en controlar el Ministerio de Educación, instrumento político en todo tiempo y época. Así se utiliza a los profesores de altavoces para moldear el tipo de ciudadano que interesa, cantera de votantes futuros. Es por lo tanto un arma política para lograr determinados fines. Lo cual unas veces sale bien y otras mal, porque toda arma tiene varios filos.
Que el poder político tiende a adoctrinar a los profesores lo he padecido en mis propias carnes, y me resistí tanto como mis fuerzas permitían a renunciar a mi libertad de expresión y libertad de cátedra. Aún recuerdo con amargura que fuimos escasos los docentes que nos negamos a bajar el nivel académico para disimular el fracaso escolar, y que por ello fuimos penalizados económicamente. Sí, si algo molesta a gobernantes con aspiraciones de autócratas son los maestros librepensadores con capacidad de liderazgo.
Por lo general concebir la escuela como un laboratorio de ingeniería social al servicio de la política funciona. Es lo que ha pasado en País Vasco y Cataluña. Además esa presión sobre los profesores es tan constante que al final muchos, agotados, se dejen llevar por las órdenes recibidas, intentando sobrevivir en los claustros y no perecer en las terribles reuniones de tutorías. En esas reuniones es gravísimo hacer la menor critica a lo más intocable que hoy existe: eso que ZP llamó 'alianza de civilizaciones'. Por ejemplo, es inimaginable hoy un tutor poniendo pegas al ideario religioso machista de una familia musulmana que le visite en la escuela, o, por ejemplo, explicando a un 'pater familia' islamista que no está bien sacar anticipadamente su hija del instituto cuando es una alumna destacada, especialmente si él ya ha decidido mandarla a Marruecos en vacaciones para casarla con el pariente de turno pactado. Eso lo he vivido yo. Por ello sé que si un docente cargado de vocación toma partido por esa alumna, no conseguirá su objetivo y acabará posiblemente en el despacho de un inspector. Si, persiste, en el siquiátrico. Este es uno de los filos de la navaja: que se corta la libertad del docente; y de ello viene otro, que influyen mucho en la violencia escolar y en la degradación de la imagen femenina: la obediencia pasiva y la autocensura.
Recuerdo que cuando me jubilé anticipadamente ya daba miedo poner algún castigo a alumnos con actitudes violentas o machistas, porque luego aparecían por la tutoría los progenitores hechos fieras, denunciando que su criatura padecía traumas porque la profesora le tenía manía. Si la cosa llegaba a la dirección del centro, y allí se tomaba partido a favor de los padres, ya se perdía para siempre un docente comprometido. Además, pasaba que luego, al poco tiempo, se presentaban ante esa misma tutora otros padres, o los mismos, a pedir ayuda porque su angelito les agredía en casa y no daba palo al agua. Entonces la maestra soltaba cuatro frases logsianas hechas y los despachaba pensando: qué Dios te ampare.
Esta pasividad impide frenar actitudes agresivas y machistas en los colegios, por falta de libertad y escaso respeto a los docentes. Y así van creciendo bastantes adolescentes sin referentes éticos, sin disciplina, vagos e insolidarios, hartos de ver en TV programas violentos o visitando páginas pornográficas. Y un día dan una bofetada a su chica, o la matan. Y si tienen hijos, crecen con ese ejemplo. Por eso yo hoy me solidarizo nuevamente con mis colegas docentes y pienso con tristeza que violencia y machismo irán a más. Y que la escuela puede hacer poco para evitarlo. Es que al salir de las escuelas está una la familia educando mal, o una casa donde el único libro es el Corán, y muy cerquita vive el Imán de su mezquita. Un tema que ya da para empezar otra columna, ahora que han abierto los colegios. Si, para otra columna dejo mucho en el tintero sobre machismo y violencia. Sin olvidar nunca esa vergüenza colectiva de occidente que son las mujeres afganas abandonadas a su martirio cotidiano con nuestro silencio cómplice.
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