Al cumplirse 300 años del nacimiento de Pablo de Olavide, primer Superintendente de las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena y de Andalucía, se realizan actos para recordar a este ilustrado limeño. Un personaje controvertido y de intrigante biografía que, pasados tres siglos, sigue suscitando filias, ... fobias y mucha curiosidad entre historiadores y novelistas. Porque aún quedan bastantes interrogantes de su vida, en parte debido a que el propio Olavide, de fina inteligencia y experto en lo que hoy llamamos habilidades sociales, supo esconder. Con este motivo la televisión andaluza abordó su figura en un interesante episodio del programa 'Los Reporteros', emitido el 25 de enero. Felicito a los que han tomado esta iniciativa, incluidos los historiadores que glosaron magníficamente su figura.
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Sin embargo, me llamó tristemente la atención constatar que en el sondeo previo al reportaje la mayoría de los encuestados nada sabían sobre Pablo de Olavide. Esto demuestra la poca importancia que la disciplina histórica tiene hoy en los planes educativos. Porque si hay un acontecimiento que retrata a la perfección los ideales ilustrados, y que además se materializó con la fundación de siete nuevas poblaciones en la actual provincia de Jaén, fue la repoblación con colonos extranjeros, principalmente alemanes, de amplios espacios deshabitados del sur peninsular (en Jaén, Córdoba y Sevilla sobre todo). Regidos además por el Real Fuero de Población de 1767 que aplica en España por vez primera medidas destinada a derruir los cimientos del Antiguo Régimen. Habría que esperar a la Revolución francesa y a la Constitución americana para encontrar algo similar. Con el valor añadido de que este proyecto ilustrado se ensayó en la España de Carlos III sin violencia social; cuando todavía perduraba el tribunal de la Inquisición, por mucho que sus afiladas garras se hubieran desgastado algo.
Pablo de Olavide sabía que tal peligro existía pero confiaba en contar con la protección de los políticos del momento que le impulsaron a hacer unas reformas tan adelantadas a su tiempo. Se equivocó. En política escasean las fidelidades. De este modo fue abandonado a su suerte en el famoso 'autillo' de 24 de noviembre de 1778, convertido en la última víctima famosa del Santo Oficio. Ahí al peruano le faltó olfato, un sentido que es obligado en ámbitos políticos, por mucho que hubieran pasado más de dos siglos desde aquellos autos de fe de Valladolid de 1559, cuando Felipe II asiste para ver arder a 25 herejes. Año también del proceso inquisitorial dirigido contra fray Bartolomé de Carranza, arzobispo de Toledo. Otro importante personaje que cometió el error de confiar en sus amistades de la corte y menospreciar las envidias del entorno cotidiano, como le pasó a Olavide. De hecho, el dominico Carranza contaba incluso con el favor del rey, pues había acompañado a Felipe II a Flandes e Inglaterra y allí destacó persiguiendo herejes. Pese a todo la Inquisición le acusó de ciertas frases «sospechosas» en su Catecismo. Hasta el Papa hubo de intervenir en su favor, debiendo el fraile abjurar.
Pablo de Olavide, que refugiado en Francia salvó su vida, terminaría también abjurando para poder volver a España después de obtener un perdón tardío de Carlos IV y de la Inquisición. Nunca más pisó las Nuevas Poblaciones, aunque estableció su residencia en Baeza, donde vivió sus últimos años escribiendo poemas religiosos, en la línea ortodoxa de su libro 'El Evangelio en el triunfo', para reconciliarse con la Iglesia católica que lo había condenado como hereje en aquella famosa sentencia inquisitorial.
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Cuentan que cuando Olavide escuchó tal palabra exclamó horrorizado «No, eso no», y cayó al suelo. ¡Menudo momento para las televisiones de hoy! Habría sido fantástico grabar a los galenos reanimando a Olavide en la sala del juicio y taparle con una manta pues tiritaba de frío. Es que aquí nada nos gusta más que un homenaje seguido por el entierro del homenajeado tras sufrir un infarto a causa de calumnias. Y no digamos nada si el muerto revive y se fuga de la justicia, como hizo Olavide, con razón, y como el cobarde Puigdemont, escondido en un maletero y dejando en la trena a sus acólitos.
Esperamos que el tiempo haga justicia. Que no permitan las autoridades educativas de hoy que salgan estudiantes analfabetos en historia. Qué no se tolere que la justicia de todos manche en el camino las togas de barro. Porque ahora que ya nos libramos de aquel Santo Oficio no queremos padecer otros similares. Sí, vale la pena conmemorar fechas como ésta en la que vino al mundo este extraordinario ilustrado, mitad americano, mitad español, mitad francés, amigo de Diderot, que aspiraba a inventar un idioma universal mientras envejecía plácidamente en Baeza, y que todavía a sus 65 años hizo un breve viaje a Madrid en 1801 para despedirse de uno de sus valedores en tiempos difíciles, Nicolás de Azara. Ese año Olavide redactó su testamento en Baeza, aunque no murió hasta 23 de febrero de 1803 en casa de su prima Tomasa, tras recibir la extremaunción del obispo de Jaén. Sus restos reposan la parroquia de san Pablo. Murió como cristiano y como ilustrado y a los jienenses nos dejó buena herencia: las Nuevas Poblaciones. Nuestro mejor homenaje en este año es visitarlas.
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