La plastilina y los pavos
Hoy aquellos profesores exigentes, con nosotros mismos y con nuestros alumnos, estorbaríamos.
Adela Tarifa
Miércoles, 31 de enero 2024, 22:51
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Adela Tarifa
Miércoles, 31 de enero 2024, 22:51
Durante mi larga etapa como docente me impliqué cuanto pude para que los alumnos valorasen lo importante que es vivir en libertad, la diferencia que hay entre dictadura y democracia y la obligación que todo ciudadano tiene que defender nuestras leyes. Fruto de aquello fueron ... varias publicaciones escolares, que editó la Delegación de Educación de entonces, a modo de cuadernos didácticos, explicando la historia del constitucionalismo español. El CEP de Úbeda nos ayudó en el montaje de un buen vídeo didáctico que se proyectaba el día de la Constitución en colegios en institutos. Hicimos ahí un estudio del ordenamiento constitucional español, desde 1812 a la nuestra de 1978. Se implicaron en este vídeo alumnos de BUP y COU. Fue una experiencia fructífera. Todos aquellos jóvenes seguro que conservaran este vídeo, como yo. Y seguro que estará aún en muchas bibliotecas escolares de Andalucía. Pero, visto lo visto, dormirá cubierto de telarañas. Sin embargo les aseguro que ese documental tiene hoy más utilidad que nunca.
Recordando todo esto me pongo triste. En primer lugar porque un abismo va del buen nivel académico de aquellos escolares de BUP y COU de entonces a lo mediocre que existe hoy. Una pena, porque bajar la calidad de los contenidos educativos, especialmente en la enseñanza pública, obligatoria y gratuita, es un delito y un fraude social. Creo que la falta de formación académica redunda en el menor rigor de exigencia ciudadana de las nuevas generaciones, merma su capacidad crítica y resta posibilidades laborales. Esa especie de ingeniería social, de lento recorrido, aplicada a niños y adolescentes es peligrosa. Su peor ejemplo está en regímenes con aspiraciones totalitarias. No hay que ir muy lejos para percibirlo. Lo más grave es que esta técnica de manipulación mental finamente rinde los frutos deseados: basta ver cómo ha calado en Cataluña y País vasco ese ideario nacionalista excluyente, falsificado y trasnochado, y hasta qué punto les ha privado de raciocinio. Es que lentamente los han narcotizado, desde la guardería, tragando como los pavos una sopa de pan endulzada con vino que atocina las neuronas, preparándolos para el matadero. Para cambiar su condición de ciudadanos libres a la de súbditos obedientes.
Da miedo, porque que no es tan lejano aquel frente de juventudes de la falange, ni los campamentos nacional sindicalistas del franquismo, ni las juventudes hitlerianas y las de Stalin. Todos ponen la mirada en niños y jóvenes. Es que si quieres domesticar a una población sin baño de sangre, capta a los menores. Pronto ellos terminaran cerrando la boca a sus abuelos cuando escuchen la mínima crítica al poder establecido. O los denunciaran, como en la Cuba de Castro. Por eso toda dictadura empieza controlando la educación y los medios de comunicación. Luego ya se trata de sentarse a que caigan las nueces. No hace falta mover el nogal. Porque, ya domesticadas, narcotizadas y apesebradas, esas nuevas generaciones de súbditos dóciles beberán de su mano, que para eso están las paguillas oficiales. Aquí el informe Pisa vuelve a avisar. Pero no importa. Siempre hay una voz del amo que justifica el desastre.
Yo abandoné voluntariamente aquel barco de la educación Secundaria porque no me gustan las sopas de vino dulce de los pavos. Lo veía venir. Fue cuando empezaron a poner pizarras electrónicas, cuando estorbaba la tiza y el esfuerzo personal, cuando regalaban ordenador a los alumnos y no interesaban los libros, cuando se discutía en los claustros si era o no aceptable dejar los teléfonos móviles a los alumnos en horario escolar, aunque ya había denuncias de acoso mediante fotos y grabaciones que acababan en internet. Fue cuando la violencia escolar crecía, cuando los profesores se convirtieron en vigilante del recreo, cuando aumentaban las depresiones de docentes, cuando se les presionaba para que bajaran su nivel de exigencia académica. Hasta se inventó un 'plus de productividad' para que aprobaran más alumnos. Yo me negué. Pobre pero honrada, me dije. Y me jubilé.
Tuve suerte y me libre del siquiatra. Porque hoy sería impensable impartir en un centro escolar los contenidos mínimos de historia no manipulada que corresponden a los jóvenes de secundaria o bachillerato. Hoy aquellos profesores exigentes, con nosotros mismos y con nuestros alumnos, estorbaríamos. Hoy no podría explicar bien a mis alumnos lo que es una Constitución, para qué sirven las Constituciones, cómo se hacen y quién las hace. Y mucho menos podría hablar con libertad de la división de poderes, de la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley y de lo mucho que importa la independencia de los jueces. Porque hoy lo que se lleva no es la verdad, es la postverdad oficial; hoy para enseñar qué es una Constitución solo es necesario montar talleres manuales con plastilina, que se estira a nuestro gusto y cambia de color al antojo de quien la interpreta. Hoy nuestra Constitución es elástica. Pero le quedan cuatro siestas. Lo siento sobre todo por los niños y jóvenes. Es que si no te enseñan a pensar cuando toca ya estás destruido para la libertad; ya te han matado como ciudadano, aunque no te duela nada.
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