Se acaba octubre, mes que no me gusta. No es que tema al invierno. Temo al frío, porque, digan lo que digan los que nunca han pasado frío de verdad, el frío paraliza y mata. Aún recuerdo aquellos inviernos infernales de mi pueblo sin más ... calor que las ascuas de un brasero, alguna fogata doméstica y, con suerte, una bolsa caliente en la cama. Pocos se salvaban de los sabañones, y si pillabas un trancazo (yo me resfriaba mucho) la enfermedad era larguísima. Casi siempre te recetaban inyecciones de las de antes, que parecían banderillas de torero. Así que mis padres decidieron que hiciéramos bachillerato en Almería donde el invierno es simbólico. Lo malo de aquello fue que dejé de vivir, para siempre, la feria de mi pueblo que se celebra en los primeros días de octubre. Nada es perfecto.
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Es que octubre es mes de feria en muchos sitios, como san Miguel en Úbeda y san Lucas en Jaén. Reminiscencias de tiempos pretéritos cuando todo lo marcaba el ciclo agrícola. Pero para feria auténtica la de aquellos pueblos pequeños, única ocasión del año que nos descubría a los niños un mundo fantástico: el circo. Es que allí, salvo la película de Joselito que ponían en el cine los domingos, no había ventanas para ver el mundo antes de que llegara la tv. Todo había que imaginarlo por lo que contaban los que iban y venían a la capital y por las láminas de libros. Por eso el circo de la feria me encantaba; era aire exterior lleno de sorpresas, sobre todo los payasos y cuando salía algún mago haciendo desaparecer una paloma. Si a un niño le fascina algo es la fantasía. Lo inexplicable. Era como ir a jauja, donde nadie nos llevó nunca, y lo de los reyes magos de Oriente.
Lo que no tenía la feria de mi pueblo era el teatro chino de Manolita Chen, una especie de cabarette a lo cutre que sí se ponían en ciudades grandes, y que me suscitó curiosidad cuando alguna vez vi instaladas sus luces. ¿Quién era aquella Manolita Chen que nunca envejecía, que hacia las delicias de hombres reprimidos, que aparecía y desaparecía por arte de magia, y que podía estar en varios lugares a la vez? Luego me olvidé de Manolita Chen mientras que las circunstancias me fueron quitando gusto por el circo, donde todo tiene truco, y hasta por las ferias, con más ruido que nueces. Respecto a los magos, me aburren. Porque con la razón por delante sabemos que nadie puede desaparecer sin truco. Bueno, hasta que llegó Puigdemont con su show el pasado agosto. Nos dejó con la boca abierta, y avergonzados dado que tan lamentable espectáculo, más casposo que el de Manolita Chen, fue retransmitido en directo al mundo.
Estaba una de merecidas vacaciones cuando vio aquel circo. Su vedette principal, que no única, era un prófugo de la justicia que organizó con dinero público un referéndum ilegal para independizar Cataluña. Lo habían colado por la frontera sin problema, aunque la policía estaba avisada. También le habían montado un escenario, que nos costaría un pastón, y lo sacaron a actuar como si descendiera de la estratosfera. Su teatrillo pretendía, y lo logró, ridiculizar a todos los españoles. Todo eso con conocimiento, se supone, del CNI y con la indiferencia de los cuerpos policiales, locales, autonómicos y nacionales que pagamos con nuestros impuestos. Así, mientras España andaba en bañador, se sacaron de la chistera al delincuente más buscado para que nos diera un mitin provocador y amenazante. Solo le faltó bajarse los pantalones y enseñarnos el trasero. Lo tendrá feo, digo yo. Porque medios técnicos para el espectáculo le sobraban; luego, se esfumo, como ET el extraterrestre En su discurso, pensado también para fastidiar al nuevo presidente catalán Illa (el ministro del flequillo cuando aquello de la pandemia y la compra de mascarillas defectuosas a precio de oro ¿lo recuerdan?) dijo este chulo que, «celebrar un referéndum no es ni será nunca un delito». ¡Con un par!
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Para colmo hemos conocido que llevaba dos días en Cataluña haciendo turismo y que los Mossos pensaron en detenerlo, pero que se despistaron un poco y lo dejaron escapar. Una chapuza de la que ya nadie habla. Sigue en Bélgica en su palacete oficial, viviendo como lo que es, un rey. Mientras los españoles de a pié ya estamos mirando si nos han cargado el segundo plazo de hacienda que pagamos para tener CNI, políticos, policías, jueces y demás servicios. Avisados estamos: como no paguemos a hacienda a tiempo, a la trena. Pero a los políticos como Puigdemont que roban dinero público para sus delitos nunca les pasa nada.
Visto lo visto, propongo que en su siguiente fuga- espectáculo, se traigan a Manolita Chen y sus coristas para animar el espectáculo de este circo llamado España, regida por la ley del embudo. Así nos distraeremos un rato ahora que cierran las terrazas de verano y que nos esperan meses de encerrona, mesa camilla y brasero, para que no se nos disparen los recibos de la calefacción y podamos cumplir con el fisco.
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