Soledad de soledades
Ya nadie tolera el maltrato a un niño. Cosa diferente sucede con otro grupo cada vez más numeroso, y cada vez más olvidado: los ancianos
ADELA TARIFA
JAÉN
Jueves, 31 de agosto 2023, 18:29
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ADELA TARIFA
JAÉN
Jueves, 31 de agosto 2023, 18:29
En una película de José Luis Garcí uno de sus personajes, el anciano maestro, le dice al abuelo, Fernando Fernán Gómez, que a él no le hable de soledad porque ya lleva enterrados tres perros. Hay frases antológicas en el cine, y ésta es una ... de ellas. Es una pena que en tiempos de tanto progreso y de tantas promesas electorales, la inmensa soledad en la que viven sus últimos años nuestros viejos no se haya convertido en cuestión prioritaria. Y no me refiero particularmente al caso español, porque fuera es aún peor.
Por tendencia innata, desde niña me preocupé de atender a los que yo consideraba más débiles. Incluso mis amigas predilectas nunca eran las líderes. Aún conservo algunas de aquellas amigas de infancia, del pueblo y del internado, y constato que generalmente tuve intuición para acercarme a seres humanos con empatía social. En esa elección de amigos no solo cuenta la suerte, cuenta el olfato. Por ejemplo, cuando se olfatea la envidia, venga de donde venga, haya que poner distancia. Acaso por eso la fragilidad, la vulnerabilidad de los niños, me desarma. Y conste que hay niños que desde chicos apuntan maneras preocupantes, que darán la cara cuando sean adultos. Porque no todos los niños nacen con los mismos instintos primarios, y a otros se les educa mal. Sin embargo todos los niños, por su misma condición, deben ser protegidos. Por suerte nuestras sociedades civilizadas en esto han progresado mucho. Ya nadie tolera el maltrato a un niño. Cosa diferente sucede con otro grupo cada vez más numeroso, y cada vez más olvidado: los ancianos.
Mi relación con los viejos siempre fue buena. A mí me gusta la gente mayor que yo. Creo que eso tiene que ver con el ambiente en el que nací, en un pueblo pequeño, rodeada de ancianos a los que se respetaba. Pocos ancianos de entonces, en zonas rurales, padecían soledad. Aparte, desde chica me di cuenta que si quería aprender tenía que pegarme a los viejos. De hecho viví muchos años junto a mi abuela María. Un privilegio. Hoy me dan pena los niños que no tratan a sus abuelos. A mí los efectos imparables de la vejez en el cuerpo, eso que algunas famosas tratan de disimular con cirugía, no me parecen feos.
Me gustan las caras arrugadas de los viejos, porque esos pliegues son como surcos por los que caminaron y nos sirven para aprender. Me gustan sus manos con manchas, que parecen mapas con curvas de nivel, con venas azuladas, que son ríos que llevan a lugares vividos. Me gusta su andar inseguro y siempre lento, porque ya lo han recorrido todo y saben que la prisa no conduce a ningún lugar que de veras valga la pena. Pero, sobre todo, me gustan sus conversaciones.
Los viejos, como los niños, ya no tienen que disimular. Ellos casi nada tienen que perder ni que ganar. Curiosamente se sienten bien trasmitiendo sus experiencia, para que no tropecemos en las mismas piedras. Porque si algo llega a la vejez, son frustraciones y desengaños.
Es entonces cuando el teléfono suena menos, cuando pocos llaman a su puerta el día del santo o del cumpleaños para traer un regalo que antes llegaba puntual. Es entonces cuando en casa mandan las soledades y los silencios .Y cada vez que las campanas del pueblo tocan a muerto, saben se ha marchado otro de los suyos. Esto que hablo, referido a los pueblos, se agiganta en las ciudades. Allí no hay tiempo para los viejos, que, con suerte, acaban solos paseando con su mascota cuando no llueve. O sentados en el banco de algún parque público al atardecer, esperando que alguien se acerque y les dé conversación. Porque luego la noche es inmensa.
Lo confieso, no me siento orgullosa del trato que reciben los ancianos en España. No he encontrado ningún grupo políticos que dé prioridad a este tema. No es de recibo que se saque a los viejos de sus pueblos para que mueran en una residencia que les resulta extraña. Es obligado, de justicia, que cada población con más de 1000 vecinos tenga su propia residencia para los viejos que no pueden ser atendidos en casa adecuadamente. Porque eso de mandar por dos horas a una asistenta social a un viejo que no puede salir de su casa, es un parche. Y sé de lo que hablo, porque mantengo como algo habitual el acompañamiento a viejos de mi pueblo que fueron amigos de mis padres. Porque conozco lo que me encuentro al llegar. Y a veces no me gusta lo que veo. Es que un viejo no solo necesita comida, medicinas y que le ayuden a levantarse. Necesita mucho más compañía y conversación. Estímulos para seguir viviendo.
Sin embargo la construcción de Residencia en los pueblos es como la obra del Escorial, depende de partidas presupuestaria de las Diputaciones, que llegan con cuentagotas. La que llevan años construyendo en mi pueblo, Cádiar, ya llega tarde para muchos ancianos que la necesitaron Es que en política hay tres clases de tareas: las necesarias, las importantes y las prioritarias. Y aquí, el orden de los factores sí altera el producto.
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