El admirable gobernador don Sancho Panza
Editorial ·
Urge conquistar para nuestra democracia el ideal encarnado en la criatura entrañable y honrada del señor don Sancho PanzaEditorial ·
Urge conquistar para nuestra democracia el ideal encarnado en la criatura entrañable y honrada del señor don Sancho PanzaCuando fui descubriendo parte del universo del Quijote, me pareció de interés excepcional una de las aventuras de más fuerza de la novela de oro de España, donde no se pone el sol del talento, del ingenio y el genio. La experiencia de Sancho Panza ... como gobernador de la ínsula de Barataria destila relumbrantes lecciones, hoy de intensa actualidad. El alucinamiento y la ilusión en grado máximo, compañeros de locuras generadas y compartidas por los dos personajes de la universal novela 'El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha', son claves en este catálogo de andanzas. Nos fascinan sobremanera las «locuras» del caballero don Quijote y las «necedades» del villano Sancho, ajeno a lo abstracto y aferrado a la realidad, que «no valían un ardite» (un céntimo diríamos hoy). Asegura Salvador de Madariaga en la 'Guía del lector del Quijote' que Sancho, primario o primitivo, da relieve a la figura principal del caballero andante y esto favorece el conjunto de la sorprendente novela. Les une una simbiosis de intelectualidad y empirismo, bonhomía, ternura e ingenuidad, entre días de gloria (don Quijote) y ambición (ínsula de Sancho), hasta «la muerte de la ilusión, que es la cordura». ¿Por qué no pueden ser compatibles?, me pregunto.
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Sancho le expresa al duque el deseo de «probar a qué sabe ser gobernador». Y el duque tienta a Sancho con esta sentencia: es «dulcísima cosa el mandar y ser obedecido». Cuando se entera don Quijote de la inminente toma de posesión del nuevo gobernador de la ínsula aragonesa, con exquisita prudencia le hace llegar varios consejos de buen gobierno, propios para la ocasión, y que resumo: «Primeramente, ¡oh hijo!, has de temer a Dios; porque en el temerle está la sabiduría, y siendo sabio no podrás errar en nada. Lo segundo, has de poner los ojos en quien eres, procurando conocerte a ti mismo, que es el más difícil conocimiento que pueda imaginarse. Del conocerte saldrá el no hincharte como la rana que quiso igualarse con el buey».
Orillo las perrerías que tuvo que sufrir el pobre Sancho hasta descubrir lo que atesoraba su corazón, su saber, pese a ser «un costal lleno de refranes y malicias», según su señor don Quijote. Un saber apoyado en dos conceptos esenciales de la vida: honradez y libertad. Ésta, causa principal de su decepción, le llevará a dimitir del cargo codiciado.
Sancho se despide añorando su pasada libertad, aunque creyéndose honrado, pues abandonaba el gobierno de Barataria, tal y como entró, sin blanca: una gran lección moral para todos los que soñamos con el gobierno de ínsulas; una advertencia a los que solo sabemos leer y escribir, y a los que son pozos de ciencia y conocimientos, un ejemplo ético que proclama a plena luz lo que le dicta su conciencia: «Ni pierdo ni gano», recordando seguramente el consejo de su señor: «Sé padre de las virtudes y padrastro de los vicios». La honradez no necesita brújula: es norte, sur, este y oeste; simultáneamente es derecha, centro e izquierda; es cumbre y valle.
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Por tales motivos sobresale su dignidad, rechazando regalos y vituallas en abundancia para el camino. La única cesantía que acepta por los diez días de gobierno es «un poco de cebada para el rucio y medio queso y medio pan para él». No necesitaba más, ya que era corto el trecho por andar. La discreta despedida a pesar de la cadena de mofas provocó lloros y emociones por las sabias lecciones de ética, política y de gobierno. Los burladores habían sido burlados en su isla de la burla barata.
Urge conquistar para nuestra democracia el ideal encarnado en la criatura entrañable y honrada del señor don Sancho Panza. Quienes sueñan con sus 'baratarias' diarias, porque las disfrutan o desean disfrutarlas, tengan en cuenta estas palabras de despedida del gran gobernador: «Saliendo yo desnudo, como salgo, no es menester otra señal para dar a entender que he gobernado como un ángel». ¿Cómo no iba a gobernar de ese modo, abrazado a los consejos de su señor don Quijote, entre ellos: «Nadie tienda más la pierna de cuanto fuere larga la sábana»? Y renunció a hincharse como la rana que quiso emular al buey de la ambición social.
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Cansado de escarnios y bromas pesadas, avergonzado de sí mismo y de quienes se reían de él, se marcha con su compañero de fatigas. Calla, se viste, se abraza a su rucio, y le estampa un «beso de paz en la frente», diciéndole con lágrimas: «Venid vos acá, compañero mío y amigo mío». Don Sancho no era un desvergonzado ni un bocazas ni un enredador. Y menos un pirómano provocador de incendios de odio. Todo lo contrario. En consecuencia, uno siente deseos de acompañarle y saborear con él un trozo de pan y un pedacillo de queso.
Sus palabras de despedida, propias de intelectual de raza, deberían estar escritas en nuestros corazones: «Abrid camino, señores míos, y dejadme volver a mi antigua libertad: dejadme que vaya a buscar la vida pasada, para que me resucite de esta muerte presente […] Vuestras mercedes queden con Dios, y digan al duque, mi señor, que, desnudo nací, desnudo me hallo: ni pierdo ni gano; quiero decir, que sin blanca entré en este gobierno, y sin ella salgo, bien al revés de como suelen salir los gobernadores de otras ínsulas». Don Miguel de Cervantes, gloria de España: ¡Muchas gracias!
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