Los camaradas andaluces de Gabriel Rufián
Adrián García Peña
Viernes, 11 de octubre 2024, 23:35
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Adrián García Peña
Viernes, 11 de octubre 2024, 23:35
En España es frecuente la colaboración entre aquellos partidos que, bajo el amparo de la Constitución de 1978, pretenden fragmentarla desde dentro. Hace poco, en uno de los ejemplos más recientes, Adelante Andalucía invitó a un acto en Marinaleda (Sevilla) a miembros de Bildu, ERC, ... la CUP y el BNG. Los andalucistas de Teresa Rodríguez, partido que cuenta con 2 diputados autonómicos y que llevó en su programa de las generales la ruptura de España para su posterior unión en una confederación de «Estados ibéricos», quisieron rodearse de personalidades como Oskar Matute o Gabriel Rufián para tratar varios temas, entre los que destaca el territorial. Según cuentan las crónicas, pocas cosas se salieron de lo habitual: numerosas banderas con estrellas, referencias solemnes a los distintos y antiguos pueblos étnicos asistentes, proclamas contra la unidad del Estado —rematadas con un tuit de Rufián donde no faltó el «¡Viva Andalucía libre!»—, mucho puño en alto y palabras cariñosas de camaradería. Sin embargo, no dejó de revolotear la cuestión de los conciertos económicos, cupos, convenios y demás nombres que se dan a los privilegios forales, auténticos restos vivos del Antiguo Régimen.
Salvo que uno se deje embaucar por la apariencia de fraternidad de los pueblos que suele acompañar al discurso separatista, podrá percibir lo que allí ocurrió: políticos de dos de las regiones más desarrolladas —gracias a la histórica industrialización promovida desde el Gobierno de la nación en detrimento de otras zonas del país— acudieron a una región menos desarrollada para reivindicar que no salga un solo céntimo de las tribus vasca y catalana hacia las demás, tampoco hacia la que hizo de anfitriona. Porque eso es lo que hicieron en Sevilla, impulsar la ruptura de aquello que los vincula políticamente a todos: España. Cosa extraña, la camaradería que anhela la división. En ningún momento se escuchó a alguien decir «no queremos redistribuir ni votar con vosotros», y sin embargo fue ese el asunto principal. Lo extraño no es que Matute o Rufián busquen que cada palo tribal aguante su vela —todo ello disfrazado de hermandad entre los supuestos pueblos—, sino que a esa farsa acudan, en calidad de celosos creyentes conversos, políticos de regiones menos desarrolladas que se benefician de la redistribución territorial entre rentas y patrimonios. Lo asombroso es que sean éstos quienes actúen como serviles anfitriones ante alguien que, como Rufián, no está por la labor de financiar las becas del comedor escolar a los hijos de sus primos de Jaén, y en consecuencia apoya una Andalucía libre —es decir, separada— como medio para fragmentar España y así poner fin al recorrido que hace el dinero de su bolsillo hacia el oeste y el sur.
Odiando lo que los hace políticamente iguales, reivindicaron el privilegio y la división con falsas palabras de fraternidad. La búsqueda de la ruptura de la nación política española, y por tanto de su clase trabajadora, se celebró con entusiasmo por quienes serían los principales perjudicados si llegara a producirse. Todos los allí presentes eran muy especiales, pero siempre hay unos más especiales que otros. Al modo del esperpento, no puedo evitar imaginar a los representantes de cada partido separatista sobre ese escenario de Marinaleda, recibiendo un gran aplauso mientras entrelazan sus manos en alto al grito de: «¡Acabemos todos juntos, de una vez y para siempre, con todo lo que nos une!».
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