En medio del ruido que producen los gestos, los amagos, los dimes y diretes sobre los pactos de nuestros ínclitos políticos, enmarañados entre siglas de varios colores, temerosos de que sus decisiones les auguren malos resultados en eventuales elecciones, con esas puestas en escena vacuas, ... cargadas de frases aprendidas de memoria en las que lo único que queda claro es el afán del poder por el poder en sí… En medio de ese batiburrillo me llega el aire fresco del Laboratorio de Investigación en Cultura y Sociedad Digital, de nuestra Universidad con la información sobre un encuentro dedicado a los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la agenda 2030, que promueve la ONU a través de su Programa para el Desarrollo (PNUD).
Muchísimas personas (se calcula que por lo menos ocho millones) de 193 países han elaborado un listado de diecisiete objetivos y ciento sesenta y nueve metas, que definen con precisión hacia dónde deberíamos orientar nuestros pasos en un mundo interconectado, donde ya no valen ni los cierres de fronteras ni el egoísmo tontorrón de atrincherarse en el terruño, y desentenderse de lo que pasa en el mundo. Aparte de valoraciones éticas y humanas, es que sencillamente tal aislamiento no es posible, pues lo que sucede en cualquier parte nos llega a afectar tarde o temprano y tenemos muchos ejemplos recientes y antiguos.
La conferencia de Federico Buyolo, director general de la Oficina de la Alta Comisionada para la Agenda 2030 me ha resultado especialmente interesante, de tal manera que respondo a su llamamiento de difundir entre la ciudadanía la importancia de promover compromisos con los objetivos de desarrollo que en la agenda se plantean. Para que exijamos que emprendan acciones concretas en relación con ellos a nuestros políticos que tanto se distraen con las musarañas.
Pues bien, si hay algo que ha quedado meridianamente claro para todos los que han participado en la elaboración de la Agenda es el papel central de la Educación y la Cultura. Sin esos dos aspectos, que tanto atañen a las cosas del espíritu, poco podremos hacer para reducir la pobreza o las desigualdades, porque no se trata de una cuestión económica, sino de una real transformación sobre la base de las ideas, los principios éticos, las innovaciones, para vivir de otra manera. En eso han coincidido todos, tanto los participantes de los países ricos como los de los pobres. De manera que educación y cultura deberían ser prioritarias para todas las políticas de todas las administraciones, incluidas las municipales. Hay otras muchas cuestiones que se deben abordar, pues se trata de un análisis complejo y detallado, cargado de propuestas válidas y necesarias.
Y me quedo también con una afirmación del citado responsable: No podemos decir que no sabemos lo que hay que hacer para que el mundo sea mejor, que ignoramos las transformaciones necesarias. Hay soluciones para los grandes males. Lo que falta es el indispensable compromiso de todos, más allá de las siglas y de los intereses particulares.
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