Incierto despertar de anhelo
Donde agitan las palabras ·
Brindamos por el nuevo año con la frágil idea, utópica, de que va a marcar el inicio de una nueva eraAlfredo Ybarra
Jaén
Martes, 3 de enero 2023, 21:49
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Donde agitan las palabras ·
Brindamos por el nuevo año con la frágil idea, utópica, de que va a marcar el inicio de una nueva eraAlfredo Ybarra
Jaén
Martes, 3 de enero 2023, 21:49
Ciertamente no podemos saber lo que nos deparará 2023, pero nos aferramos a la idea de que será mejor que un 2022 que ha sido infausto y convulso en exceso. Brindamos por el nuevo año con la frágil idea, utópica, de que va a marcar ... el inicio de una nueva era. Creemos que el ritual de los buenos propósitos conjura las tormentas que acechan, que son muchas, y que amenazan con reventar las costuras del mundo. Por eso esa liturgia ahora ha sido incluso más vehemente que en otras ocasiones.
Pasamos de un año a otro por pura confianza en que es así, por inercia, por necesidad de renovar los ánimos y las fatigas. Seguramente no interiorizamos la catarsis que deberíamos desplegar en estos días en que el corazón se nos viene a las manos. Y por otro lado para las transformaciones que proclamamos, para felicitar con fulgor pleno, hace falta algo más que un WhatsApp de buenos deseos, o un post en Facebook. Es demasiada la prisa que requiere la turbulencia actual para la serenidad que exigen los auténticos deseos, la labranza de verdad. Los cambios de año son, para sentir su pálpito, algo demasiado íntimo como para desbocarse compartiendo con media humanidad mensajes e imágenes repetitivas.
Mientras, se mezclan las expectativas y las incertidumbres ante un panorama bastante turbulento, entre virus y guerras, entre la razón y las certezas adulteradas, en medio de una bruma de valores desvanecidos, y bajo esa gran influencia de los políticos (tantos, hechos tropel, de innoble estofa) que dificulta las condiciones para un debate ciudadano autónomo. En realidad, nunca sabemos qué nos espera en ese camino ignoto que abre la luz difusa de enero. Y aunque nada se puede anticipar del incierto y cercano futuro, tratamos de convertir los deseos en realidades, de insuflar ánimo al aire de los días junto a una prudente (o tal vez intrépida) dosis de confianza.
Siento en este momento lo que decía el escritor y periodista británico G.K. Chesterton, que el objetivo de un nuevo año no es que tengamos un nuevo año, un espacio de tiempo, colgado en el calendario. Es que deberíamos tener una nueva alma. Y me vienen a la memoria los versos de Octavio Paz: «Las puertas del año se abren, / como las del lenguaje, / hacia lo desconocido. / Anoche me dijiste: / mañana/ habrá que trazar unos signos, / dibujar un paisaje, tejer una trama/ sobre la doble página/ del papel y del día. / Mañana habrá que inventar, / de nuevo, / la realidad de este mundo.»
Y es que el calendario ha de medirse momento a momento, inventando la existencia a cada instante. Porque nuestra naturaleza no se basa en ser pusilánimes, ni dócil rebaño, sino en ser un camino, una suma de preguntas sobre nuestra propia mismidad, un enigma, seres creativos, seres que aman, seres en perpetua búsqueda del fundamento de nuestra humanidad y del secreto que ella encubre, en medio de la incertidumbre; siendo imperfectos. Porque nuestra verdadera esencia se fundamenta en derramar ese caudal apasionado e inefable del amor.
Por eso, sin saber lo que nos deparará este 2023 que comienza, planteemos los instantes venideros como un maravilloso misterio que nos impele a resistir, a regenerar eso que llamamos vida, a hallarnos en la razón y en el espíritu, a imaginar, a cometer errores, a sentir, como dijo Aristóteles, que la esperanza es el sueño del hombre despierto.
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