Agosto ya es historia. Sigue siendo verano pero su luz sin fechas, su plaza de cielo ancho, ese mar impreciso de afanes, la tierra encendida en mil flirteos, esas noches azules, ese ansia entusiasta de quietud rebelde, se van de repente quebrando en la órbita ... cuartelera del calendario que se enmarca en septiembre. Poco a poco volvemos a la normalidad, tan cuadriculada, tan cuerdamente irracional, tan confusa, tan abstrusa. Ya sobre el vaho del relente las velas apuntan a las olas de una realidad que siento hierática y polarizada entre aristas irascibles y sordamente discrepantes. Regresamos al redil del 'gatopardismo' vociferando que vamos a cambiar el rumbo de la nave, para, en un sueño ilusorio, no cambiar nada. ¿A qué mundo regresamos? ¿Qué propósitos queremos cumplir?

Publicidad

Ciertamente el verano tiene algo de irreal; pero los días estivales que se marchan, en los que de mil maneras nos abstraemos del vocerío y forcejeo de la política, de los fingimientos y engaños de aquí y allá, de la bronca generalizada, me han hecho creer que otro mundo y sobre todo otra vida pueden ser posibles. He pensado que después de tantas sinrazones en las decisiones de nuestro destino, braceando sobre la pandemia, sobre el maniqueísmo y el populismo de tantos de políticos, sintiendo el desgarro del puñal de hielo de ese fracaso de occidente y de los países desarrollados en Afganistán (y el reflejo amargo, salvando distancias, que mantenemos en muchas de nuestras posturas, tan exaltadas, tan intransigentes) que todo es alcanzable, incluso la esperanza. Y es que entiendo el verano como un apartarse de las exigencias y del escenario titiritero del tiempo ordinario, como una ola que nos salpica a la cara aclarándonos la mirada.

Albert Camus en su obra 'El verano', dice: «Para comprender el mundo, a veces es necesario apartarse de él». En esta obra el pensador y dramaturgo introduce diversos ensayos relacionados con el mundo clásico. Así, en el 'El exilio de Helena', subraya cómo el pensamiento griego siempre se ha basado en la idea de límite, un combate abierto contra los desmanes, contra la 'hibris', en la que, según el escritor, hemos caído. La hibris es un concepto griego que significa 'desmesura' del orgullo y la arrogancia, que atropella los convenidos límites. En la Antigua Grecia aludía al desprecio del espacio personal ajeno unido a la falta de control de los arrebatos propios. El límite es la actitud frente a cualquier forma de dogmatismo.

Pensaba esto en los días de (pseudo) desconexión mientras sentía mi aliento mutarse en luz. Sin embargo ese rutilar veraniego nos interroga: ¿por qué ahora volvemos a engancharnos a la noria del espurio corifeo para en la cotidianidad depender de la tensión, el frenesí, la angustia, la afectación, la crispación, y el sectarismo?. Pero no, no creo que todo esté ya escrito. Este tiempo nuevo llega para, como pasa con los 'vulanicos', abrir las palabras en el aire y sembrar el cielo de otros alientos. Y como dice Juan Ramón Jiménez en su poema 'Otoño': «(…) En una decadencia de hermosura, /la vida se desnuda, y resplandece/la excelsitud de su verdad divina».

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €

Publicidad