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Uno de los indicadores más fiables del nivel de sectarismo y moral en una democracia es la reacción de los políticos ante la corrupción de sus semejantes. Por desgracia hemos comprobado como ese lema de 'regeneración' que tanto manoseó la nueva política y le siguió ... de manera entusiasta la «vieja» ha quedado en otro comodín más de la estafa estética del marketing post-moderno: hablar mucho de algo para ocultar que si no se hace lo contrario, se hace absolutamente nada. Con las imputaciones de Cifuentes y Aguirre los papeles de víctima y verdugo escenificados en los ERE se cambian en Madrid: ahora es la derecha la que pide presunción de inocencia y la izquierda quien tiene la guillotina de la culpabilidad no demostrada a pleno rendimiento. Es decir, al igual que la derecha andaluza con Griñán y Chaves, finalmente ofrendados y expuestos ante Ciudadanos por su hija predilecta, Susana Díaz, dispuesta a sacrificar a todos y a cualquier cosa con tal de no sacrificarse ella misma.
Siendo la reacción ante la corrupción un marco empírico, existen otros detectores no tangibles que nos dan una idea de cómo evoluciona el sistema democrático, aunque sean menos mediáticos, más complejos de analizar y, para algunos, imposibles de comprender. Cuando Willy Brandt dijo aquello de «más democracia» vivía en una época donde los desafíos políticos y sociales eran estimulantes y los gobernantes buscaban solucionarlos, no vivir de ellos. La política del malestar aún quedaba lejos y el poder se solía buscar para «hacer cosas» y no para contar cuentos, o lo que hoy se conoce como «imponer el relato».
Hoy, en cambio, nos toca crecer en una sociedad que quizás no para de hablar de política y de democracia pero cada vez está más lejos de entender qué significa, realmente, la democracia. En parte es razonable: quién va a pararse a pensar, a reflexionar, a desarrollar un análisis crítico, cuando existen los atajos de los prejuicios y del sectarismo tan fomentados y afianzados por la política del tuit fácil y del selfie perpetuo. Se piden políticos guapos y que nos prometan mentiras confortables, dejando la rendición de cuentas y la responsabilidad para el enemigo, no para los nuestros. Encontramos, así, una encuesta del mismo medio y de la misma consultora donde asegura que una mayoría no quiere nuevas elecciones, que culpa principalmente a Pedro Sánchez de ello, pero que votaría aún más a Pedro Sánchez si fuésemos a nuevas elecciones. ¿Alguien puede entenderlo? Porque explicarlo es imposible dentro del marco de la lógica humana más elemental.
¿A qué se ha dedicado desde el día de las elecciones el partido ganador y que llevaba casi 1 año preparándolas gracias al dinero público? A seguir disfrutando del poder sin control, a engañar a los españoles, intentar humillar a Podemos y buscar culpabilizar a PP y Ciudadanos del bloqueo institucional. Lo que es una negociación real de investidura o legislatura ha brillado por su ausencia, porque en este momento lo que juega Pedro y su Rasputín es una partida de ajedrez no para conseguir el desbloqueo sino para afianzar un nuevo régimen donde un grupo de 123 diputados consiga anular a la oposición minoritaria de izquierdas y arrinconar como extrema derecha a la oposición alternativa de gobierno. Por el momento tienen suerte de que Pablo Iglesias no esté aprovechando lo mucho que realmente se están jugando en el órdago lanzado del PCP (programa común progresista). Si Podemos aceptase investir a Pedro pero quedarse en la oposición, tendrían a un gobierno dependiente durante 4 años de sus votos y del de los nacionalistas, de ahí que los vascos del árbol y los de las nueces no cesen de suplicar públicamente un acuerdo entre PSOE y Podemos. Por lo que parece, Iglesias no es capaz de ver más allá de su ego, aunque yo sigo creyendo que a última hora habrá alguna especie de pacto entre el socialismo y los comunistas para evitar unas nuevas elecciones.
El PSOE sigue insistiendo en que nos agrupemos todos en el PCP, como si un programa de 370 medidas fuese a leérselo alguien, además de ser medianamente creíble. Para empezar, algunas de sus medidas supondrían un gasto adicional de 30.000 millones, justo en un momento donde la economía da síntomas de debilidad y la deuda pública se sitúa en cifras récord con su mayor subida en 3 años.
El Programa Común Progresista es una chapuza infumable propia de la factoría de la mediocridad intelectual mezclada con el marketing frenético que podrá dar muchos tuits y portadas pero que no soluciona ni gobierna nada. Por mucho que el sanchismo de Estado repita lo de «progresista, progresista, de progreso», son incapaces de ofrecer 10 soluciones reales, solo 10, a los principales problemas de España. Todo lo que pase de ahora en adelante es un simple juego de poder doble: por un lado entre Pedro y Pablo, y por otro entre el sanchismo y la democracia. Tengo claro quien acabará ganando; otra cuestión distinta es la cuantía y los daños que tendremos que soportar los perdedores.
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