La marea de la vida
Alberto Granados
Lunes, 10 de febrero 2025, 23:42
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Alberto Granados
Lunes, 10 de febrero 2025, 23:42
Hace unos años, cuando yo andaba por los cincuenta, un médico me diagnosticó una avería propia de la edad.
—Eso quiere decir que estoy empezando a envejecer, ¿no es eso, doctor? —le pregunté.
Él miró la pantalla del ordenador donde acababa de insertar mis ... datos y me respondió:
—Para ser exactos, usted empezó a envejecer el… (y me dijo la fecha de mi nacimiento, que yo acababa de facilitarle).
Ese día, no solo obtuve un diagnóstico certero sobre mi salud, sino una lección de metafísica casera, ambos elementos muy útiles para lo que por entonces era mi futuro, ahora ya convertido en mi pasado. Me quedó, desde entonces, una actitud reflexiva ante lo que significa despertar vivo cada mañana.
Fruto de esas reflexiones, he llegado a identificar la vida humana con un juego de mareas, en que pasamos por una fase de pleamar, la marea alta, llena de vigor. Es nuestra juventud, esa etapa en que aún tenemos un futuro en blanco, lleno de promesas, ilusiones, proyectos y expectativas, una etapa que nos sugiere la idea de comernos el mundo. En esa pleamar cristalizan nuestras esperanzas, si tenemos acierto, o se generan nuestros fracasos, si no sabemos gestionar nuestra vida.
Es la etapa en que decidimos qué carrera estudiar, con qué mujer casarnos, qué amistades cultivar, qué valores defender y cuáles desechar. Y todo ello porque estamos construyendo nuestra vida y somos conscientes de ello.
Y como es normal, cuando hemos recorrido una buena parte de nuestra peripecia vital, en esa etapa de pleamar, llega un momento en que disminuyen los proyectos y expectativas, asumes que has llegado hasta donde has podido hacerlo, llevas una vida a la que ya no le ves cambios sustanciales… y comprendes que empieza, inexorablemente, el reflujo de la bajamar.
Es el momento de recapacitar hasta dónde has llegado respecto a los antiguos sueños. Conviene hacerlo sin ser excesivamente riguroso consigo mismo: no siempre pueden cumplirse los sueños ni resultan viables los proyectos y hay que analizar la vida sin considerarse un perdedor o un fracasado. Vivir no es fácil, pero gusta, incluso sin ser un triunfador. Conviene quererse mucho y desplegar una importante capacidad de aceptación.
Comprendes que quizá no has llegado hasta donde quisiste hacerlo, pero que has sido feliz; que tiraste por la borda aquella oportunidad que nunca vuelve a presentarse, pero que lo hiciste por no faltar a unos principios que la experiencia te ha enseñado que eran demasiado idílicos; piensas en cuánto quieres a los tuyos, pero que les has fallado en algunas cosas esenciales; recuerdas a aquellas mujeres con las que coqueteaste y ves que de ellas solo queda un afable recuerdo; cambiaste aquellos valores por un sentido cada vez más acentuado de supervivencia, que la bajamar ha puesto en primer plano y piensas en todos aquellos familiares y amigos que han ido desapareciendo para siempre. Y anotas tu agenda de pruebas y consultas médicas, consciente de que el ciclo está acercándose a su fin, solo que esta vez, cuando llegues a lo más hondo de la marea baja, no habrá un nuevo inicio, sino un punto final. Y agradeces estar vivo y que, aunque no te hayas comido el mundo, como tu juventud parecía prometerte, has conseguido que no te devore y que, si no has sido un triunfador, tampoco has sido un perdedor, ni un sinvergüenza. Y tomas la única decisión posible: gozar cada instante como si fuese el último, cultivar recuerdos y afectos, disfrutar de los amigos que te quedan, releer aquellos libros que te parecieron sublimes, visitar los paisajes en que has sido más feliz y oír esa música que te gustó y que ahora te das cuenta de que todo eso fue hace cuarenta, cincuenta o sesenta años, que han pasado como un relámpago. Hay que aceptar que la marea baja de tu vida ha ido dejando todos los restos de quien fuiste depositados en alguna playa, como esos sargazos vomitados por el mar. Ese mar que un día te llevará definitivamente para dejar espacio marino para los ciclos de mareas de los que vendrán detrás.
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