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En estos días de reencuentro con la cotidianidad siento como que volvemos a la absurdez de un mundo disparatado e irracional. Y lo tremendo es que poco a poco el absurdo avanza y nos rodea. A diario vivimos mil vicisitudes que tienen una raíz absurda ... ante las que no rechistamos. Y sabido es que el absurdo va contra el sentido común. Me viene a la memoria la frase atribuida a Groucho Marx: «Éstos son mis principios, y si no le gustan, tengo otros». La expresión en realidad apareció en un periódico de Nueva Zelanda en 1873 y decía: «Éstos son mis principios, pero si no les gustan, yo los cambio», locución que simboliza el contexto que vivimos. Una realidad que se ha abaratado en sus razonamientos e ideas fundamentales, en su cultura, en la política, en sus valores, en su ética; en su trascendencia en general.
El término absurdo llevado a nuestra realidad habitual es en sí mismo una paradoja. Absurdo es un concepto que refiere al pensamiento irracional (lo contrario al pensamiento racional) y a la conducta extravagante (lo contrario de la conducta convencional). Y si por un lado conlleva alejarse del sentido común, por otro lado no es contrario a lo convencional. Porque resulta que lo normal, más que nunca, parece ser lo absurdo, el alarde de hipocresía, de sinrazón, de impostura, de crispado dogmatismo y estupidez.
Según su origen etimológico, absurdo proviene del latín y se compone del prefijo ab (próximo a la preposición de) y surdus (sordo). La traducción del diccionario es: «Disonante; inútil, inadecuado». En su contexto original, el término se utilizaba predominantemente en el ámbito musical, y se refería a los sonidos desagradables al oído. El vocablo, trasladado a la apreciación de un concepto, indica que este pueda ser contrario a la lógica, inconcebible.
La literatura y la vida a veces se parecen. Lo absurdo, dentro de la literatura, se distingue y se integra en la ficción como un estado filosófico en el que los personajes se encuentran en una existencia que ha perdido su lógica y significado. En realidad, se trata de mostrar un estado de reflexión que experimentan los personajes y el narrador sobre el acontecimiento sinsentido (absurdo) que les sucede. Lo expresan visiblemente autores como Beckett, Valle Inclán, Lewis Carroll, Franz Kafka, Ionesco, Simone de Beauvoir, Miguel Mihura o Fernando Arrabal. Fue Camus (había pasado la primera gran guerra y la segunda estaba en pleno estruendo con la doctrina nazi abrasando un mundo de esperanzas) quien en 1942 con su obra 'El mito de Sísifo', publicada al mismo tiempo que 'El extranjero', fundamenta la filosofía del absurdo. En ella señala que la heroicidad del ser humano tiene su centro en saber vivir y pensar en esa arista vertiginosa entre el ser y el mundo. Y que la vida, dice, a fin de cuentas, se nutre del vino de lo absurdo, de una ebriedad existencial que consiste en «obstinarse», en perseverar. La existencia, expone Camus, no es más que hacer que viva lo absurdo en nosotros, y hacerlo vivir es, ante todo, contemplarlo: «Por eso -dice- una de las pocas posiciones filosóficas coherentes es la rebelión. Ésta supone un enfrentamiento perpetuo del hombre con su propia oscuridad». Una rebelión que, en definitiva, se convierte en nuestro ineludible destino y, sobre todo, da valor a nuestra vida.
Tanta absurdez está llevando a la razón a un erial demasiado extremo y peligroso. Nos queda la irónica metamorfosis, la responsabilidad de activar una consciencia reflexiva. La filosofía de Camus es también la temática de Fargo, una serie de Noah Hawley. El protagonista, aludiendo al mito de Sísifo respecto al absurdo y la vida dice: «Es la roca que todos empujamos, muchachos. Lo llamamos nuestra carga, pero en realidad es nuestro privilegio».
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