Hay días, y hoy es uno de ellos, en que me encuentro desolado cuando siento que la belleza se decolora en nuestra realidad, ya no es un valor elevado por antonomasia como verdad de columna constelada y percepción que hace estremecer. Hablo de belleza en ... lo estético, en el arte, en la literatura, en la música,.., pero también como lo medularmente armonioso, bueno y excelente. Hoy la belleza es un estándar, todos prácticamente aspiramos a los mismos modelos de fascinación.

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En su larga presencia en la Tierra el Homo erectus hizo importantes contribuciones en el camino hacia la humanidad. Si la más trascendente es el dominio del fuego y su control, su manifestación más interesante seguramente fue su capacidad estética. Basta sólo mirar como en su industria lítica utiliza la simetría, seguramente para contemplar y poseer una naciente pulsión de la belleza. Y así es como nuestros primeros antepasados perciben la belleza de lo inteligible y la belleza de lo moral. Porque en la carrera hacia la humanidad, primero fue lo bello y lo feo, luego lo verdadero y lo falso y, finalmente, lo bueno y lo malo. A fin de cuentas, por ejemplo, la honestidad, es sencillamente el amor por la belleza moral. El sentido de lo bello está íntimamente unido al sentido de lo bueno y lo verdadero. Prescindir de la belleza es como mutilar nuestros sentidos, dejar de aspirar a lo sublime. Así, dejar perder la belleza como esencia es peligroso, ya que subestimándola, frivolizándola, perdemos el sentido de la vida. Y es que no estamos hablando de algo baladí, sino de una necesidad universal de los seres humanos. Sin ella, la vida es ciertamente un desierto espiritual.

«La belleza es el esplendor de la verdad», afirmó Platón en El Banquete, que también dice que «si alguna cosa da valor a esta vida, es la contemplación de la belleza absoluta». Platón consideraba que la belleza verdadera reside en el alma. Así vista la belleza, hoy tiene un carácter intempestivo. Aspiramos a una belleza desalmada; es una mercancía trivializada, abaratada. Porque la verdadera belleza cuando se percibe plenamente produce una emoción, una armonía, donde el tiempo se detiene y parece que los instantes se vuelven eternos; incluso hay una sensación de inmortalidad. De ahí la idea de Sócrates de que la belleza y la bondad son la misma cosa. Desde esta vertiente y dando al término un matiz espiritual o divino, Dostoyevski, en su libro El idiota dice que «la belleza salvará al mundo». Kant, de otro modo viene a decir lo mismo, que la experiencia de la belleza nos conecta con el último misterio del ser y nos pone en presencia de lo sagrado. Y es que la belleza en su percepción más rotunda viene a redimir nuestras angustias, nuestro dolor y desamparo, como una luz sagrada.

La belleza nos permite percibir momentos de epifanía, tanto en las personas como en las cosas. Son instantes en los que captamos una revelación repentina, y pueden producirse al contemplar un rostro, un cuadro, al escuchar la Sinfonía fantástica de Hector Berlioz o al reflexionar sobre el corazón de la existencia.

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Necesitamos la belleza para no precipitarnos en el desencanto o incluso en la desesperación. La belleza, al igual que la verdad, nos infunde entusiasmo y alegría y nos ayuda a contemplar el mundo con admiración y asombro. Cuando somos capaces de atisbar la verdad que germina en la naturaleza, en el fundamento de las cosas, en el alma del ser humano, abrazamos la belleza que constituye la poesía de la vida, la orilla poética de la verdad. El concepto de belleza es escurridizo y ha ido variando social e intelectualmente. Pero en definitiva lo bello puede ser aquello que conteniendo valores innegables que apelan a la armonía, genera emociones espirituales, nos conmueve, nos salva.

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