Saramago explicaba que en la actualidad vivimos en lo que se podría llamar «estética de frivolidad», y reflexionar seriamente está visto por mucha gente como algo fuera de lugar. Lo frívolo está en todas las manifestaciones de la sociedad, en la calle, en la política, ... en los medios de comunicación, y si lo frívolo impera en la televisión, o en las redes sociales, junto al trincherismo , es porque refleja la sociedad, en un permanente feedback de influencia mutua. Vivimos en una mezcla peligrosamente explosiva de incertidumbre, adversidad y superficialidad, como si el presente fuera un espectáculo perverso e increíblemente frívolo que nos tragamos, alienados, con los telediarios, con toda la panoplia multimedia; y hasta esos flashes ilusionantes, esas noticias extraordinarias, que de vez en cuando aparecen, se difuminan entre la estupidez más sórdida. Así la pobreza intelectual se va extendiendo sin confines. ¿Quién puede hoy ponerse delante de Dostoievski e intentar desentrañarlo? Su Diario de un escritor es una exhortación contra la frivolidad: política, cultural, social. Es un vigoroso ariete contra los que dejan que la impostura, el hedonismo y el servilismo, se adueñen de la Cultura.
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Dando significación a la nadería dejamos que se nos vaya entre las manos la Cultura en mayúsculas, esa cultura que debe de impulsar la cohesión social, el desarrollo individual, el debate, la reflexión, los valores eternos que hacen trascendente al ser humano y sirven de encuentro con nuestro lado más intuitivo, sensitivo y simbólico. Y claro que necesitamos dosis de levedad para arrostrar el día a día. La liviandad es algo muy serio y fundamental. Pero la frivolidad no debería ser esa fuerza motriz común que nos somete. Cuando se juntan la frivolidad y la superficialidad con la mediocridad y la medianía, los resultados son fáciles de prever. Ya lo ponía en evidencia en 1932 Aldous Huxley en su premonitoria novela Un mundo feliz, que se desarrolla en una sociedad avanzada que ha erradicado la pobreza, las guerras y la enfermedad a cambio de controlar a la gente y abolir su voluntad promoviendo la banalidad, el conformismo y la represión de cualquier atisbo de pensamiento crítico. Isaac Asimov señalaba en su ensayo El culto a la ignorancia que hay una tendencia que promueve la idea de que democracia significa que: «mi ignorancia vale tanto como tu saber».
El mérito, el esfuerzo, la excelencia han sido menospreciados no sólo en las enseñanzas formales, sino en los diferentes ámbitos públicos. El conocimiento y la capacidad son valores ahora postergados en favor de la banalidad y la pusilanimidad. Azorín explicaba en su libro Madrid que en la generación del 98 había dos palabras claves de una corriente común: España y frivolidad. Y refería que «lo que nosotros hemos combatido con más tesón, con más denuedo, ha sido la frivolidad». La generación del 98 reaccionó así contra el siglo XIX, que consideraba como el más frívolo y estéril de la historia de España. Pero aquella reacción y su proyección quedaron apagadas por culpa de la guerra y la dictadura que penalizó el pensamiento crítico. Ortega y Unamuno entre tantos intelectuales atacaron la banalidad como una plaga ante la que no deben caber complacencias.
Frívolo no es lo contrario de triste o aburrido, como algunos piensan. Es lo contrario de serio, de profundo, de importante, de trascendental. La gente ahora no intenta salir a la puerta de su existencia. Le gusta quedarse dentro; no quiere sentir frío, ni calor; no quiere ver el destello de la luz; no quiere contemplar el océano, ni las altas cumbres. Quiere vivir entre reflejos y sombras en la tibia fruición jadeante de su caverna.
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