Habitar el asombro
El escritor es, más que nada, alguien que posee el don del asombro y sabe transmitirlo
Alfredo Ybarra
Jaén
Martes, 9 de mayo 2023, 23:24
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Alfredo Ybarra
Jaén
Martes, 9 de mayo 2023, 23:24
En una de esas conversaciones en las que uno con satisfacción se embebe recordaba hablando del oficio literario que Luis Landero señala en El guitarrista (2002) que el escritor es, más que nada, alguien que posee el don del asombro y sabe transmitirlo. El don ... de singularizar lo que ve. Cristina Peri Rossi en su poema Asombro escribe: «(…) y te oculto la única cosa que verdaderamente sé:/sólo es poeta aquel que siente que la vida no es natural/que es asombro (…)/ lo natural es el asombro/lo natural es la sorpresa/ lo natural es vivir como recién llegada/ al mundo». Y es que la sorpresa, la fascinación, el deslumbramiento, el sobrecogimiento, son tal vez la piedra angular de la existencia. Si algo no nos ha sorprendido, no nos ha pellizcado, desconcertado o deslumbrado, durante el día, es que no ha habido día. Decía Chesterton refiriéndose a los niños que en cada una de esas deliciosas cabezas, hay un universo recién estrenado como lo fue el séptimo día de la creación. Así ven el mundo los ojos asombrados de nuestros pequeños, porque «no dan nada por supuesto». Para los niños todo es un milagro, una revelación extraordinaria. Los niños ven los días como si cada día fuera un estreno. Sin embargo a nosotros nos cuesta ver el mundo con renovada mirada. Nada parece sorprendernos, ni la magia de la orquídea, ni el canto del mirlo, ni el roce de la piel amada, ni la noticia de la tragedia, ni la impostura, ni la continua demagogia, ni la falacia, ni que el horizonte sea un croma. Hemos anestesiado nuestro sentido del asombro.
La pérdida del asombro lleva a la cultura de la autosuficiencia, como le leí a Catherine L'Ecuyer, autora del libro Educar en el asombro (2012), que hace que se pierda la perspectiva de la fragilidad del ser humano. Sin atender la pedagogía del asombro alimentamos el cinismo que nos hace pensar que todo nos es debido; nos llenamos de victimismo, de insolidaridad, de egoísmo y de resentimiento. En la esencia de nuestra naturaleza está el asombrarnos de la realidad que nos rodea y también de nuestra propia existencia. De ahí nace la filosofía. Platón decía que es propio del filósofo estar lleno de asombro, que es la disposición primera del conocimiento en un doble sentido: antecede al deseo de conocimiento y también lo posibilita. Para poder ahondar en la verdad, debemos recuperar el asombro, que es lo que da sentido a la rutina, es la puerta del descubrimiento y, el descubrimiento macerado nos ayuda a profundizar en la vida y a vivirla con más plenitud. El asombro se despierta desde una mirada honda, raíz de lo auténtico. Hablamos de un asombro, un sobrecogimiento, que no paraliza sino que templa el ánimo y lo dispone a pensar a existir plenamente. Amo en la gente lo que hay de inconsciente, de incertidumbre, de alegría, de perplejidad, de asombro, de mano abierta a lo incierto, de mirada más allá del proscenio.
Octavio Paz escribía: «Vislumbramos/nuestra unidad perdida, el desamparo/que es ser hombres, /la gloria que es ser hombres/y compartir el pan, el sol, la muerte, /el olvidado asombro de estar vivos». Habitando el asombro la vida nos brinda una oportunidad irrepetible para volver a encontrarnos con nosotros mismos. Es el sentido de la perplejidad, de la sorpresa, el que nos hace percibir nuestra fragilidad y sentir que es parte esencial de nuestra humanidad, el crisol de nuestra perfección. Sólo el asombro conoce que la vida es un misterio, un extraordinario milagro.
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