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Iluminar la desidia
Alfredo Ybarra
Martes, 23 de enero 2024, 22:48
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Alfredo Ybarra
Martes, 23 de enero 2024, 22:48
Parece evidente que estamos viviendo una época en la que hemos caído en un voluntario estado de desidia general a la hora de encarar esos aspectos de la vida que deben mantener la llama de nuestra plenitud, nuestras reflexiones significativas, los valores, comportamientos éticos y ... en general circunstancias relevantes para crecer verdaderamente como personas y como sociedad. Hemos acabado doblando la cerviz y dejándonos llevar sin protestar, sin tener que intentar comprender, sin tener que enfrentarnos a la intemperie de las incertidumbres. Nos ha ganado la abulia, y la pusilanimidad, la falta de ánimo y valor para tomar decisiones o afrontar situaciones aventuradas. Nos dejamos arrastrar por una falta de civismo generalizado, Nos embebemos en una cultura simplista e insustancial especialmente trasmitida desde los medios de comunicación, las redes sociales y las instituciones públicas. Y cada vez nos está costando más discernir lo medular, la sublimidad, lo verdaderamente primordial que encierra la cultura.
En este sentido se ha perdido en mucho el criterio. El compromiso aleccionador con la historia y nuestros valores patrimoniales se ha desvanecido. La cultura ejemplarizante, el sentido intelectual de la existencia, de la enseñanza, de la creación artística y cultural, de la política, se diluyen. La perspectiva del pensador, del ilustrado y estudioso, la del filósofo, la del creador sólidamente refutado, la del político con sólido ideario especialmente capacitado para debate y la dialéctica, se ha devaluado en medio de la mediocridad, en medio de un mundo crispado y falsario. Cada vez escribimos peor, nuestro vocabulario se empobrece a raudales, nuestra comprensión lectora es pésima, nos expresamos deficientemente, no sabemos escuchar. A cualquier personaje vano le pueden poner una calle o, concederle un premio literario o artístico, o puede alcanzar cierto éxito por motivos espurios... Soslayamos a capricho los criterios y el justo discernimiento.
De tanto escuchar encubiertamente que no pensemos, que no debatamos, que no indaguemos en nuestra mismidad, que lo mejor es ser indolente, y que aplaudamos la cultura de la banalidad (porque sin duda, motivados por los impulsos y no por la razón es como somos más rebaño) han conseguido que el imperio de lo inane, del desinterés por lo verdaderamente relevante, gobierne nuestra vida, nuestra moral, nuestros pensamientos íntimos, nuestro universo anímico. Como dice el psiquiatra Enrique Rojas: «Todo invita al descompromiso. La desidia está de moda; está de moda la vida rota, deshilachada, así como los personajes sin mensaje interior». La desidia lleva a la ignorancia y la ignorancia al sinsentido. La indolencia rompe el hilo de todas las luces, de la vida y de su música, de nuestro espíritu y su poesía, de la esperanza. Pero la apatía puede ser superada por el entusiasmo, y el entusiasmo sólo puede ser despertado por un ideal. Como sociedad necesitamos la quimera para llevar a la práctica ese ideal con afanes nuevos.
Deberíamos reaccionar cada uno desde nuestro ámbito, contagiarnos con nuestro ejemplo una responsabilidad cívica que hemos de exigir, de manera irrebatible e inaplazable, a nuestros gobernantes. La verdadera regeneración social y política debe partir de un discurso vital donde prevalezca la capacidad de comprender desde la conciencia crítica. Esto sólo puede conseguirse si la cultura deja de menospreciarse y de manipularse y regresa a los cánones para los que fue concebida: los de crear individuos inteligentes, libres y verdaderamente felices. Una felicidad que deberíamos de entender desde el vuelo contemplativo de San Juan de la Cruz, intentando volar tan alto tan alto, que demos a la caza alcance.
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