La percepción es que se nos pierde la memoria en el camino, que nos embebemos en la desmemoria colectiva. El conflicto dispéptico y sangrante entre Israel y Palestina (Hamás ha encendido la última mecha, Israel la aviva) que se extiende desde finales del siglo XIX ... por los bíblicos territorios de Canaán, que hoy se corresponde con Israel, Palestina (la Franja de Gaza y Cisjordania), el occidente de Jordania y puntos de Siria y Líbano, nos vuelve a poner delante la pretensión de alcanzar los burladeros del olvido, de no enfrentarnos a la memoria y acaso a sus embestidas. A nivel personal, general e histórico, queremos en demasía echar la colcha del olvido sobre muchos de nuestros muebles, que tienen numerosas huellas de lo que somos, de quiénes somos y de quiénes creemos que somos. Nos dan forma, nos definen y determinan nuestras vidas diarias. Tenemos muchos muebles cubiertos, y muy cercanos, tan necesarios para la plena percepción de nuestra historia personal y colectiva.

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Parece que no hemos aprendido nada. Cuando el futuro queda enterrado bajo el pasado, algo va mal si el pasado se intenta desbaratar o se distorsiona. Pero el olvido tiene una textura tan variable y azarosa como la memoria. La memoria nos traiciona porque tendemos a maquillar la realidad, y el olvido nos ayuda porque limpia de asperezas los renglones de nuestro cuaderno de viaje. Pero son inseparables y los dos deben ser el combustible permanente de nuestro pensamiento. Memoria y olvido que juntos van acopiando o descartando materiales para construir la historia de los pueblos. Pero necesitamos no aposentarnos en un olvido impostor, que traicione la razón, la historia y la verdad.

El olvido es una forma de mentira. Y por eso debemos parar sus aguas resbaladizas. Porque es difícil entendernos con nuestra memoria y con nuestro olvido. Decía Juan Ramón Jiménez «Yo no soy yo. Soy este que va a mi lado sin yo verlo; que, a veces, voy a ver, y que, a veces, olvido.» Gabriel García Márquez en Cien años de soledad nos habla de la máquina de la memoria que inventó José Arcadio Buendía para contrarrestar los efectos paulatinos de una 'peste del olvido' que azotó a los habitantes de Macondo.

Esta máquina de la memoria consistía en un diccionario giratorio, con miles de fichas movidas por una manivela, a partir del cual una persona podía repasar a diario las nociones más importantes de la vida cotidiana. Buena alegoría de nuestra época. Necesitamos esa máquina que está en nosotros, en la fuerza motriz de nuestra cultura. Hay que saber comprender, hay que querer entender y leer las páginas de nuestra civilización, de nuestra existencia, hay que escuchar y contar para que no mueran los recuerdos, para rescatar hechos del olvido y que permanezcan. El escritor estadounidense Ray Bradbury escribió que cuando en la oscuridad olvidamos lo cerca que estamos del vacío «algún día se presentará y se apoderará de nosotros, porque habremos olvidado lo terrible y real que puede ser».

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Necesitamos luchar contra el olvido dando importancia al razonamiento frente al analfabetismo funcional imperante, frente a la banalidad y la pusilanimidad tan extendidas; dando importancia a una cultura verdaderamente ilustrada y humanizante; dando importancia al arte y la filosofía, a la literatura y la música, a la arquitectura y la pintura, al teatro y al cine, a la ciencia y la investigación, para entendernos a nosotros mismos y entender el mundo en el que vivimos.

En este ahora tan incierto necesitamos la memoria, una vívida y tenaz memoria. También el olvido. No un olvido tramposo y ventajista, sino un olvido definido en la comprensión.

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