
Recomenzar a cada paso
Deberíamos ser más conscientes de que todas las etapas, todas las circunstancias son transitorias, ninguna es absoluta.
Alfredo Ybarra
Jaén
Miércoles, 2 de abril 2025, 00:36
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Alfredo Ybarra
Jaén
Miércoles, 2 de abril 2025, 00:36
«Y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar». Cómo me gustaría que esta frase de Julio Cortázar en Rayuela se me ... hiciera evidente en este tiempo incierto, de velamen llameante, herido por un desalmado desquicio que quiere hacer de la vida, de su sueño de plenitud, una débil lámpara, una estela de ceniza y cristales rotos, un carnaval de fuego y sombras. Quisiera decirle a abril, lo que la poeta granadina Elena Martín Vivaldi (1907- 1998) le dice: «(…) enciende/ toda la luz de tu sol, / y deja al alma que sueñe/ (…) Alegre/ abre tu puerta. Que yo/ por tu primavera entre. / (…) deja tu rocío a la flor. / ¡Y dile al viento que espere!». Sí, en estos días, cuando contemplo el gozo de los brotes de abril surgir descarados entre las piedras, necesito sentir el desnudo candor de la humana naturaleza, saber que todavía quedan riberas donde averiguar una teoría del cabal deseo.
La primavera es sinónimo de renacer, de rebrotar, es una gasa colorida que llena los espacios de renovados trinos. En ese halo vuelvo a darme cuenta de que la vida es una serie interminable de inicios. Volver a empezar es posible siempre, se convierte en un arte, en un recorrido existencial, creativo y espiritual de reformulación y discernimiento. Deberíamos ser más conscientes de que todas las etapas, todas las circunstancias son transitorias, ninguna es absoluta. La posibilidad de poder recomenzar nos permite examinarnos, o mejor dicho, reconocernos, constantemente, con la experiencia y el conocimiento acumulado para vislumbrar un mejor músculo para la razón. Lo que hace que se convierta en un privilegio.
Deberíamos aprender a superar el sistema dual de pensamiento que nos tiene sujetos al binomio comienzo/fin al concebir el discurrir de nuestra vida. Hay circunstancias que evidentemente están inscritas en un ciclo de fin inevitable: los días, el cuerpo que habitamos,… Pero existe la posibilidad, que hemos atrofiado a fuerza de no considerarla, de pensar fuera de la dicotomía. Todo aquello que termina, que se nos derrama entre las manos, no necesariamente se acaba. Cuando las cosas parecen concluir surge del crepúsculo un crucial regate. Se abre entonces la posibilidad de virar a barlovento y comenzar de nuevo, de cobrar nuevas olas, nueva vida.
José Saramago en su libro Viaje a Portugal, rebate con elocuencia la supuesta oposición entre principio y fin: «No es verdad. El viaje no acaba nunca. Sólo los viajeros acaban. E incluso éstos pueden prolongarse en memoria, en recuerdo, en relatos. (…). El fin de un viaje es sólo el inicio de otro. Hay que ver lo que no se ha visto, ver otra vez lo que ya se vio (…). Hay que volver a los pasos ya dados, para repetirlos y para trazar caminos nuevos a su lado. Hay que comenzar de nuevo el viaje. Siempre. El viajero vuelve al camino.»
Retomando a Julio Cortázar, recuerdo aquella icónica frase: «nada está perdido, si se tiene el valor de proclamar que todo está perdido y hay que empezar de nuevo». Dar un paso no te lleva a la meta pero si te saca de donde estabas.
Esta primavera de abril, este tiempo de revivificación que destella en la brisa y en las fuentes, nos enseña que el secreto de la celeste plenitud es precisamente esa sucesión de pequeñas muertes y renacimientos que es el juego de la vida y que hay que afrontar con la decisión con la que el magnolio se sueña floreciendo.
En definitiva supone una permanente epifanía vivir la vida como si no la conociéramos, como si no acabara nunca, como si estuviera empezando en cada instante. Entre el comienzo y el fin, entre la vida y la muerte, la primavera de abril, es un ariete hecho metáfora que nos renombra y nos sana a cada paso.
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