
Sentir sabiendo, saber sintiendo
Lo importante no es pensar, lo importante es sentir, o mejor dicho pensar sintiendo.
Alfredo Ybarra
Miércoles, 26 de marzo 2025, 00:02
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Alfredo Ybarra
Miércoles, 26 de marzo 2025, 00:02
No hace muchos días, en los liminares sotos de la sierra andujareña, Jándula arriba, entre encinas, pinos, lentiscos y jaras, hablaba con un guarda de ... una de las fincas de estos pagos; un hombre criado en la sierra e hijo igualmente de serranos; acostumbrado a acompasar sus sentires con sus pensamientos. Y en nuestro rato de conversación aprecié que sus palabras destilaban esa verdad de las personas que son capaces de pensar sintiendo y sentir pensando. Combinaba la razón con la emoción en una armonía que la falsedad desconoce. Y lo sentí tan palpablemente que necesito escribir sobre ello aún a sabiendas de que no hace mucho hablaba en este mismo espacio de las razones del corazón y de la razón. Y es que decía Eduardo Galeano, que el lenguaje que dice la verdad es el lenguaje sentipensante, y que las mejores personas son aquellas que son capaces de razonar y sentir al mismo tiempo. Esto le llevó a afirmar que le gustaba la gente sentipensante, que no separa la razón del corazón, que no divide la cabeza del cuerpo, ni la emoción de la razón. Por más que nos empeñemos, nosotros actuamos con el corazón siguiendo la lógica de nuestra mente y viceversa. Somos un todo, pensamos y sentimos a la vez y así es como nos aproximamos a la realidad.
Lo importante no es pensar, lo importante es sentir, o mejor dicho pensar sintiendo. Al respecto dice el filósofo Javier Gomá en su ensayo Universal concreto (Taurus): «Lo que realmente distingue a unas personas de otras es la intensidad del sentimiento». Dice que si tienes intensidad de sentimiento puedes llegar a la mayor concentración. Si no lo logras, y eres, por ejemplo, médico y lo afrontas sin motivación vivencial, sin afanes humanitarios, terminas siendo un médico restringido, alguien que no tiene vocación. «Lo primero es amar y después razonar», señala Gomá. Lo que pasa es que los sentimientos y su intensidad deben de decantarse, instruirse en la firmeza ética referida a la conciencia individual autónoma. Si nos dejamos arrastrar por el entusiasmo subrogado, falseado por un dirigido arrebato dogmatizado, nuestras percepciones no serán veraces.
Nuestros actos y pensamientos están condicionados por múltiples factores desde que venimos al mundo, incluyendo todas las experiencias que han ido modelando nuestras respuestas emocionales ante las circunstancias que se nos han ido presentando. Decía Unamuno que hay que sentir el pensamiento y pensar el sentimiento. Razón y emoción. Los escolásticos medievales solían repetir constantemente esta sabia reflexión: «Nada hay en nuestro cerebro sin que antes no estuviera en nuestros sentidos». Abrían la puerta para explicar que el sentir es antes que el pensar y las emociones son antes que el pensamiento. Alguien dijo una vez que los grandes pensamientos nacen con el corazón. En esa línea Mario Benedetti en el poema Pensar/sentir (Testigo de uno mismo) dice: «(…) pensar que se siente, sentir los que nos pasa. Pero yo sé que si una vez me llevan al casino del azar, apostaré mis pobres fichas todas al sentimiento».
'Atrévete a saber', 'atrévete a pensar', 'ten el valor de servirte de tu propia razón', 'sapere aude', es una expresión clásica que también utilizó Kant a finales del siglo XVIII, en un célebre texto. Ahora se necesitaría una exhortación complementaria y análoga a dejarnos conmover, con entusiasmo crítico, por todo lo grande, noble y bello de este mundo. El nuevo lema podría ser: atrévete a pensar, atrévete a sentir por ti mismo.
Saber y sentir, sí, pero confundidos en un mismo revelado cáliz. Interrogándonos en lo hondo del asombro, en el yunque del alma. Porque como dice Pessoa: No siempre logro sentir lo que sé deber sentir. Mi pensamiento sólo muy despacio atraviesa el río a nado.
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