Un ser humano puede vivir aun siendo ciego, sordo y carecer de los sentidos del gusto y el olfato, pero le es imposible sobrevivir sin el cometido que ejerce la piel.
Alfredo Ybarra
Jaén
Martes, 7 de mayo 2024, 23:28
Durante unos minutos cierro los ojos tras aplicarme unas gotas oftálmicas y entretanto primero instintivamente y luego conscientemente siento entre las manos el libro que acabo de comenzar a leer (Nos diferencia el cuerpo. Antología poética -1968-2022- de Antonio Carvajal en edición de Francisco ... J. Silvera. Cátedra). Y mientras lo toco percibo que es un cabo que me sujeta a la vida. Tras despertar en la cueva de Montesinos, don Quijote se palpó el cuerpo para saberse real: «Con todo esto, me tenté la cabeza y los pechos, para certificarme si era yo mismo el que allí estaba, o alguna fantasma vana y contrahecha», escribe Cervantes. «Pellízcame, para que sepa que no estoy soñando» decimos. El tacto está considerado un sentido secundario junto al olfato y el gusto. Desde Platón a esta parte, nuestra cultura ha privilegiado lo visual como fuente de conocimiento fiable, aunque también quimérico. Pero no hay sentidos menores. El tacto es el sentido que siempre nos acompaña: es el primero que se activa cuando se forma el órgano más amplio, la piel, en la octava semana de gestación. Y junto a esos considerados sentidos tangenciales el tacto ha desempeñado un papel fundamental en la evolución del ser humano y en la constitución de nuestras relaciones sociales y afectivas. Constance Classen, escritora que ha profundizado en el papel de los sentidos a lo largo del tiempo es autora de una historia cultural del tacto, al que señala como el sentido más profundo parafraseando a Paul Valery cuando dice: «lo más profundo es la piel». Y muchos son los que se refieren al tacto como la sensibilidad en general.
En La Odisea, Eudiclea reconoce a Ulises por el tacto. A veces solo tocando algo nos cercioramos de que existe. Y así algunos escultores del Renacimiento llegan a decir que la vista engaña pero el tacto no. De este modo Diderot, baluarte de la Ilustración, afirma: «De todos los sentidos la vista es la más superficial; el oído, el más orgulloso; el olfato, el más voluptuoso; el gusto, el más supersticioso e inconstante; el tacto, el más profundo.» Un ser humano puede vivir aun siendo ciego, sordo y carecer de los sentidos del gusto y el olfato, pero le es imposible sobrevivir sin el cometido que ejerce la piel. En la bóveda de la Capilla Sixtina, podemos contemplar las escenas del Génesis que pintó Miguel Ángel por encargo del Papa Julio II. De entre ellas la que ocupa el espacio central, «La creación de Adán» es una de las más apreciadas del mundo. Dios rodeado de ángeles extiende su brazo hacia el de un inerte Adán para henchirle de vida a través del contacto de sus respectivos dedos índices.
Por medio del tacto sentimos la presión, el dolor, la temperatura, manifestamos nuestro estado emocional, o la sensualidad; y rubor al sentir vergüenza o lividez cuando experimentamos miedo o estremecimiento. Hay momentos en que un abrazo es el sumun absoluto de todas las sensaciones. El filósofo griego Anaxágoras resaltaba la importancia de las manos como los órganos del cuerpo humano que nos han hecho más inteligentes que los animales, y otro gran pensador como Heidegger reivindica la importancia del tacto al señalar que nuestra relación inmediata con el mundo no se da a través de lo que está disponible «a la vista» sino a través de lo que está «a mano». Hay palabras que liban besos, que aventan el profundo bajel de los sueños. Hay palabras que ortigan la piel, hay palabras que muerden. Leo los versos de Carvajal, siento sus sensaciones táctiles como paraísos abiertos Y es que el lenguaje palpita en la piel.
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