La belleza
Y, sin embargo, nada más humano que la belleza, el ansia de contemplarla, de preservarla, de admirarla…
Ana Moreno
Sábado, 21 de diciembre 2024, 23:25
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Ana Moreno
Sábado, 21 de diciembre 2024, 23:25
Leemos en 'El Banquete' de Platón que, si hay algo por lo que vale la pena vivir, es por contemplar la belleza. Para el filósofo griego, algo bello no es solo lo que contemplamos con los sentidos; tiene que ver con la virtud y el ... bien y, por lo tanto, considerar que algo es bello es apreciar su sabiduría, su verdad y su bondad. Siglos más tarde, el triunfo de la burguesía fue consolidando la dicotomía entre lo bueno y lo bello, creó la Estética como una parcela del conocimiento y repartió la capacidad de conocer y de acercarse a la belleza de forma desigual, determinada por las circunstancias de vida de cada persona, es decir, por el lugar que ocupa en la producción; así, los ricos disfrutan de las cosas bellas, mientras la clase trabajadora se pregunta, en la mayoría de los casos, si algo es bueno, útil y adecuado, para considerar que le gusta. El arte, la poesía, la música, la contemplación de la naturaleza, no están siempre al alcance de quienes deben poner por delante de sus deseos, incluso inconscientes, la realidad inmediata de las cosas necesarias cada día; en todo caso, pensarán que existe otro mundo más bonito, pero que es más caro, solo accesible para quienes tienen dinero y pueden acceder a él, presumir de su buen gusto e incluso mirar por encima del hombro a quienes no saben distinguir, por ejemplo, una vajilla de porcelana de unos platos de loza.
Y, sin embargo, nada más humano que la belleza, el ansia de contemplarla, de preservarla, de admirarla… Lo vemos en el arte clásico de Grecia y Roma, en la arquitectura y en la escultura que engrandecían y adornaban los espacios públicos y, más tarde, en los templos góticos que se construían en las ciudades donde vivía la clase ascendente, la incipiente clase burguesa. Hace unos días, recordábamos en Linares, a propósito de María Teresa León, el salvamento de los tesoros artísticos de Madrid durante la Guerra Civil y cómo aquellos soldados, hombres sencillos que no visitaban los museos, protegían los cuadros con su vida. Tenemos también la imagen de Eva Perón que se dirigía a las mujeres y a los hombres del pueblo -los descamisados- con sus mejores ropas y aquellas gentes sencillas que la escuchaban la sentían cercana por lo que decía y la admiraban por su belleza; creo que algo parecido es lo que mueve a adornar con flores y joyas a las Vírgenes que salen en las procesiones o el espectáculo de las luces de Navidad, en el que cada vez compiten más ciudades en cantidad y duración, para que el pueblo haga suya esa belleza, como hacen suyo el atardecer de Sanlúcar, con su sinfonía de colores, los pobres de la novela de Felipe Alcaraz.
Pienso en todo esto y entiendo que la belleza debe ser patrimonio de la Humanidad, patrimonio real, no abstracto, ni ilusorio, ni diferido; que las luces en la calle y los colores del cielo deben tener su correlato en una casa hermosa y en una mesa bien dispuesta y que las flores más bonitas y las joyas que más brillan son las que adornan la vida con todos los derechos para todas las personas. Insisto en que me parece una gran injusticia que quienes disponen de poder y dinero tengan acceso a todos los bienes y tesoros de la naturaleza, a todo lo que han creado los seres humanos y que a quienes menos tienen, se les prive también de expresar, de gozar, de sentir lo inefable, la nostalgia de infinito. Por eso, vuelvo de alguna manera a la idea clásica de ética y estética, a que todo lo bueno es hermoso y lo bello es bueno, porque es la verdad, la sabiduría, el bien… Y, para mí, no hay una palabra que responda mejor a esto que la palabra 'utopía', pero, como un adelanto, me sirven estos versos de Luis Eduardo Aute: «Reivindico el espejismo/ de intentar ser uno mismo/ ese viaje hacia la nada/ que consiste en la certeza/ de encontrar en tu mirada/ la belleza».
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