Íbamos de libro en libro; de asamblea en asamblea, de tertulia en tertulia y desde luego, de clase en clase, porque queríamos aprobar el curso y repasábamos los apuntes, hacíamos trabajos en grupo y nos juntábamos a estudiar en la biblioteca, aunque no faltaba tampoco ... el trayecto de la biblioteca a la cafetería y de la cafetería a las escaleras de la Escuela de Peritos, el edificio donde estaba ubicado el Colegio Universitario de Jaén, al que llegamos por primera vez en el mes de octubre de hace cincuenta años. Ahí es nada, medio siglo de vida que tratamos de poner al día en el tiempo que nos dio un almuerzo y una sobremesa, el miércoles pasado, en la ciudad que nos acogió entonces; y salimos felices por habernos encontrado, con un montón de recuerdos –incluidas algunas de las canciones que volvimos a cantar-, bastantes anécdotas y la alegría de haber convivido y compartido unos años decisivos en nuestras vidas.
Formamos parte de la generación de jóvenes que llegó a la Universidad en los años sesenta y setenta, la que vivió los últimos años del franquismo y la transición a la democracia; para quienes estudiábamos con beca, ir a la Universidad era todo un premio y, para nuestras familias de clase trabajadora, lo mejor que podían ofrecernos. Pero lo cierto es que la inmensa mayoría estudiábamos y aprendíamos, pensando en un futuro de docentes y viviendo en el presente todos los acontecimientos políticos y sociales de aquellos años -según el compromiso de cada cual, claro- porque todo lo que pasaba en el mundo tenía su eco en las aulas y los pasillos y todo estaba en el orden del día: las últimas condenas a muerte del franquismo, la muerte de Franco y Arias Navarro en TVE, el Año Internacional de la Mujer todavía en la dictadura, cuando la lucha feminista estaba supeditada a otras luchas; las manifestaciones por la amnistía, la legalización del PCE, las primeras Elecciones en junio de mil novecientos setenta y siete, el concierto de Jarcha en Jaén ese mismo verano y la lucha por la autonomía en Andalucía; la música folk y las canciones de Víctor Jara, Violeta Parra, Mercedes Sosa… Años, sin duda, de compañerismo, de complicidad absoluta entre estudiantes y profesorado en aquel final de curso de tercero de carrera, cuando tomamos las aulas del Colegio Universitario que hoy forman parte del Campus de Las Lagunillas e hicimos los exámenes sentados en el suelo; de amistad que, en unos casos, se ha acrecentado con el paso del tiempo y, en otros, se ha podido enfriar con la distancia, pero no ha desaparecido; de los sueños que alimentábamos cada día, de esperanza en el futuro, de la juventud que nos ofrecía toda una vida por delante; años, en fin, en los que juntamos los mimbres para ser lo que somos ahora y yo me siento afortunada –como seguramente muchas compañeras y compañeros- por tener muy bien localizados los nombres de esos mimbres que siguen formando parte de mi vida, incluso algunos que ya viven en la memoria…
Nos hemos juntado el mismo día del año mil novecientos setenta y cuatro; hemos echado de menos a quienes no han podido venir y, sobre todo, a quienes ya no están, pero siguen formando parte de este curso de Filología, no solo en la orla sino en nuestros recuerdos. Y todos los demás que hemos acudido a esta convocatoria -gracias a la iniciativa y al esfuerzo de quienes han organizado hasta el último detalle- nos hemos alegrado de encontrarnos y de abrazarnos, de preguntarnos por la salud y por la familia, de reír y cantar como si no hubiera pasado el tiempo y de posar en las fotos felices y sonrientes. Un día sin clase y sin libros, recordando las clases y los libros; un día para celebrar lo que fuimos y lo que somos, desde los sueños pendientes y los fracasos cumplidos, como en la canción de Serrat: dando fe de vida.
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