Hay muchos interrogantes a los que debemos responder, muchas contradicciones que existen entre la ciudad y el medio rural, por la orientación sexual, por practicar una u otra religión, por diferencias étnicas y culturales…
Ana Moreno Soriano
Domingo, 13 de abril 2025, 11:10
En febrero del año mil ochocientos cuarenta y ocho, Marx y Engels dieron a conocer el Manifiesto Comunista, en el que afirman que «la historia ... de todas las sociedades hasta nuestros días es la historia de las luchas de clases. Hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, señores y siervos, maestros y oficiales, en una palabra, opresores y oprimidos, se enfrentaron siempre, mantuvieron una lucha constante, velada unas veces y otras, franca y abierta»; el texto, como sabemos, termina con una convocatoria a la unidad del proletariado, la clase en pugna con la burguesía dominante. En julio del mismo año, se aprobó uno de los textos fundacionales del movimiento sufragista: la Declaración de Seneca Falls, en la que leemos que «la historia de la humanidad es la historia de las repetidas vejaciones y usurpaciones perpetradas por el hombre contra la mujer, con el objetivo directo de establecer una tiranía absoluta sobre ella». Los dos textos contienen, respectivamente, un análisis y un quehacer político contra la explotación de clase y contra la dominación de género, y han sido los dos grandes relatos que han movido a millones de personas desde el siglo XIX, con la aportación fundamental de las feministas marxistas que aúnan las dos contradicciones en su estrategia de transformación política y social.
Sin embargo, en los años noventa del siglo pasado, hay una reacción contra el proyecto emancipador y revolucionario de la Modernidad, especialmente contra el movimiento obrero marxista del siglo XIX: se llama postmodernismo y, aunque se presenta como alternativa, no es más que la ideología del capitalismo globalizado con algunos cambios que consisten, por ejemplo, en sustituir la razón por la sensibilidad y la experiencia y en un afán exacerbado de cultivar el individualismo. Este pensamiento líquido o pensamiento débil va ganando terreno y cambia los grandes relatos y los proyectos de otros tiempos, las grandes luchas históricas con sus valores absolutos y sus síntesis superadoras, por una ideología para tiempos rápidos, en la que todo se relativiza hasta el extremo de no creer en nada; es una forma de vivir 'a la carta' en la que cada persona debe resolver su vida, competir y consumir para obtener el éxito y cargar con su fracaso, si no lo consigue; una nueva forma de concebir el mundo en la que se ven las consecuencias, sin cuestionar las causas; en la que se pone la comunicación por delante de la reflexión, se rehúye el compromiso, se fragmenta la realidad y el tiempo es una serie de experiencias sucesivas y diferentes.
En esta época en la que nos ha tocado vivir –como en todas- hay muchos interrogantes a los que debemos responder, muchas contradicciones que existen entre la ciudad y el medio rural, por la orientación sexual, por practicar una u otra religión, por diferencias étnicas y culturales… y las respuestas serán distintas, según el análisis que hagamos. Pero pienso que, en todos los lugares del mundo, hay dos clases sociales enfrentadas; que, en una misma clase social, ser mujer es estar en una situación de inferioridad y que, en la relación con la naturaleza, podemos sentirnos parte de ella o exprimirla y expoliarla. Resaltar las diferencias por encima de las condiciones materiales, convertir la verdad en posverdad, olvidar que somos seres históricos y contarnos la realidad fragmentada en pequeños relatos, puede alimentar ese individualismo que tanto fomenta el sistema, pero los cambios decisivos para la Humanidad vendrán de la mano de grandes proyectos colectivos que hunden sus raíces en la Historia y avanzan hacia la utopía, acumulando fuerza y superando obstáculos en una relación dialéctica. Los relatos pequeños y parciales nos pueden hacer sentir mejor individualmente, pero son los grandes relatos los que cambian el mundo, desde el compromiso y la conciencia.
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