
Moda y lucha de clases
El aspecto, la apariencia, es una forma recíproca de seducción en un modelo social que nos quiere jóvenes y saludables (...)
Ana Moreno Soriano
Sábado, 9 de diciembre 2023, 22:55
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Ana Moreno Soriano
Sábado, 9 de diciembre 2023, 22:55
Hace unas semanas vi en televisión La casa Gucci, una película de la que no tenía ninguna referencia, pero está dirigida por Ridley Scott que ... me parece bueno y además suelo tener una predisposición favorable hacia el actor británico Jeremy Irons, desde que vi La misión hace muchos años. La película trata de una familia dedicada a la moda, de los intereses y las pasiones que les mueven, sin descartar la violencia y el asesinato para conseguir sus objetivos. Creo que será fácil acceder a la película para quien le interese, pero yo no voy a entrar en la trama con el desgraciado final de los miembros de la familia, sino simplemente pensar un poco en lo que es la moda en nuestra sociedad, a propósito de esta marca cuyos artículos se venden en precios de, al menos, cuatro cifras. Solo diré algo de los personajes, encantados de haberse conocido y conscientes de su poder y su genialidad, excesivos y soberbios como corresponde a quienes se sienten por encima de los mortales y pueden poner pan de oro en el diseño exclusivo de un zapato que lo hará único y, supuestamente, hará únicos los pies que calce.
Y digo yo que, aunque sin pan de oro, habrá gente que piense que comprar un traje, un bolso o un calzado deportivo muy caro es un signo de distinción y aquí viene la lectura de clase, porque los pobres intentan imitar a los ricos, pero los ricos siempre tratarán de ser distintos y distinguidos, aunque sea con una camiseta y unos vaqueros gastados. Una forma de imitación aparece en la película: la señora le pregunta a la criada que cómo es que lleva un bolso como el suyo y la criada le responde que es un regalo de cumpleaños; naturalmente, el bolso de la criada es una imitación de la marca y lo ha comprado en el mercadillo, pero parece que para esa mujer es suficiente. Y así ocurre con esa ilusión de igualdad que el sistema nos vende cada día y que trata de hacernos iguales en el deseo de comprar y consumir para sentirnos mejor. Hace más de veinte años, leí un artículo de Eduardo Mendicutti que, he recuperado en internet: se titula 'El mendigo de la milla de oro' y cuenta su tarde de compras por el barrio de Salamanca de Madrid, con unas tiendas carísimas que existen solo para quien no tiene la vulgar costumbre de mirar la etiqueta con el precio y no se escandaliza porque un traje valga el sueldo medio de un mes más la paga extraordinario y una camisa con un descuento del treinta por ciento, se lleve por delante el presupuesto de una semana de vacaciones; la experiencia lo devolvió a casa destrozado y con conciencia de estar fuera de lugar porque, efectivamente, en la milla de oro él era un mendigo que estaba muy lejos de quienes tienen a su alcance todos los lujos.
Quizás no nos adentramos en ese mundo para no hacer añicos la idea de igualdad que nos ofrece el sistema y que solo es una ilusión de igualdad; es verdad que una mayoría social vive mejor que hace décadas, con derechos que entonces estaban muy lejos, pero también es verdad que hay muchas personas que viven en la pobreza y que los ricos siguen enriqueciéndose cada vez más. El aspecto, la apariencia, es una forma recíproca de seducción en un modelo social que nos quiere jóvenes y saludables para competir en el mundo convertido en un gran mercado y la moda sirve particularmente a ese objetivo: por una parte, influye en la idea de lo efímero que cuestiona los grandes proyectos de futuro y, por otra, crea los mecanismos de consumo para que nos equiparemos a quienes todo lo tienen, aunque sea por la vía de la imitación. Una lectura de clase sobre la moda es comprobar que la milla de oro no es lugar para todas las personas y que la mayoría compramos en lugares donde podemos mirar los precios sin vergüenza y con orgullo. Orgullo de clase, que es tener los pies en el suelo y el corazón en la utopía.
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