La dramática guerra entre el Estado de Israel y los palestinos de Gaza no se entiende a menos que comprendamos la situación política y territorial en la que se inscribe el Estado de Israel y los territorios de la Autoridad Nacional de Palestina (ANP), que ... no están reconocidos internacionalmente como estado, aunque ellos lo proclamen y el presidente Sánchez abogue por su reconocimiento sin contar con nadie. Esta realidad territorial surgió con los acuerdos de Oslo en 1994, firmados entre en jefe del Estado israelita Isaac Rabín y el dirigente de la OLP Yasir Arafat; quedando claras dos regiones controladas por la ANP, Cisjordania con 5.640 kilómetros cuadrados y la franja de Gaza de 360 kilómetros cuadrados, mientras que el resto quedaba dentro del Estado de Israel. Pero la ANP ha sido incapaz de mantener la coherencia política y democrática necesaria para controlar sus territorios. La postura del presidente de la ANP, Mahmoud Abbas, de congelar las elecciones varias veces, propició la desafección de los terroristas de Hamas, los cuales, desde 1997 se hicieran con el control territorial de la franja de Gaza y parte de Cisjordania, generando con ello un cisma político.
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Mi experiencia personal directa sobre esta realidad se inicia en noviembre de 1996 cuando viajaba a Palestina, con otros responsables de universidades europeas, en una misión, auspiciada por la UNESCO, para generar el desarrollo de la educación superior en estos territorios gobernados por la ANP en la ciudad de Nablus. En esos días mantuvimos reuniones con los máximos responsables de la ANP, incluido su presidente Yasir Arafat, adoptando una serie de acuerdos para hacer posible esa realidad. Paralelamente mantuve contactos personales y fui invitado a pronunciar una conferencia en la universidad de An-Najah. Ello me permitió conocer otras realidades de la situación en Palestina, así como escuchar opiniones, juicios de valor y comentarios sobre las perspectivas de futuro que intuían relevantes ciudadanos de diferentes credos, amén de otras experiencias vividas, sumamente interesantes, adquiridas en mis desplazamientos por esos territorios. Al finalizar mi visita, en el aeropuerto de Tel Aviv, fui interrogado de manera poco amistosa por la policía y los servicios de inteligencia, posiblemente por los contactos mantenidos.
De una forma muy sintética pude concluir que, los elementos comunes que estructuraban las relaciones entre ambas comunidades, palestina y judía, eran el miedo, el odio y la desconfianza, por lo que un posible entendimiento se hacía muy difícil; máxime cuando esta realidad se encontraba enquistada en varias generaciones de ciudadanos. Paralelamente conocía un largo relato de promesas incumplidas por Israel con su expansión y control territorial, así como de acciones terrorista palestinas por distintas reivindicaciones, fundadas o no, que impedían superar esa mutua desconfianza. Lo que parece evidente y se constata en el tiempo, es la responsabilidad en mantener una situación de enfrentamiento por parte del radicalismo integrista de ambas partes. De hecho, el integrismo radical judío, territorialmente expansivo y que asesinó en 1995 a Isaac Rabin; mientras que, por el lado palestino, la responsabilidad recae en los terroristas de Hamas, que responde al modelo del estado islámico radical.
No creo que esté en peligro la existencia del Estado de Israel, pero es necesario reconducir la situación de la ANP para hacer efectiva su función política y territorial, apartándola de la influencia del terrorismo islámico, propiciando un equilibrio político democrático y protegiendo su autoridad y representatividad. Tal vez haya que volver a los acuerdos de Oslo de 1994 para reiniciar una salida al conflicto y no caer en el simplismo 'sanchista' de reconocimiento de un estado palestino en una situación de ruptura interna y crisis bélica.
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