Beethoven y Fortuny, dos crepúsculos obsesivos
Andrés Molinari
Martes, 25 de marzo 2025, 23:52
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Andrés Molinari
Martes, 25 de marzo 2025, 23:52
Tal día como hoy, 26 de marzo, pero de 1827, fallecía, en Viena, Ludwig van Beethoven. Las relaciones de este genial compositor con Granada son ... muy tangenciales, pero no minucias desdeñables. Una calle del Zaidín lleva su nombre, el cual campea sobre el autobús urbano que tiene allí su destino. Por supuesto, nunca ha faltado una página suya en el Festival veraniego y menos en los atriles de la OCG y de otras formaciones granadinas. Aunque la obra que mejor relaciona, internacionalmente, al músico de Bonn con la ciudad de Granada es el 'Himno a la Alegría', creado por Miguel Ríos en 1969, sobre el cuatro movimiento de la novena de Ludwig, con orquestación de Waldo de los Ríos. La vista comercial de Rafael Trabucchelii recomendó a la discográfica Hispavox realizar dos versiones, una en español y otra en inglés, de forma que aquel Beethoven en la voz de un granadino fue número uno en Estados Unidos y en muchos otros países de habla hispana.
Pero volvamos a Viena. Desde finales de 1826, el compositor vivía con su hermano Johann, en una apacible finca de Gneixendorf, a orillas del Danubio. Paseaba y componía, pero la sordera iba en aumento. Su obsesión era el cuarteto de cuerda. Ansiaba trascender todo lo escrito hasta entonces y, entre sus papeles, se han encontrado decenas de anotaciones y pentagramas en este sentido pero sin el más mínimo sentido. Escribía constantemente, garabateaba partitura tras partitura. En plena excitación y hundido ya en el pesimismo, en el gélido diciembre, decidió trasladarse a Viena. A esta ciudad ya llegó aquejado de hidropesía. Las semanas siguientes fueron una cuesta abajo, en la que estuvo acompañado de sus familiares y amigos, pero también de sus obsesiones. Por fin la muerte le trajo la tranquilidad de la que no gozó al final de su vida.
En el entierro, toda Viena le mostró su gratitud y su respeto. Cuán diferente al sepelio de Mozart, años antes. Ahora, como la fama del músico era notoria, y como era frecuente entonces, se le realizó una mascarilla mortuoria antes de enterrarlo. El trabajo en escayola lo moldeó, en aquel mes de marzo de 1827, el escultor Josef Danhauser. Pero años antes, en 1812, Franz Klein ya le había realizado a Beethoven otra mascarilla en vida, cuando el músico contaba 41 años. De ambas se hicieron copias, que fueron vendidas a museos y coleccionistas. Una de ellas se expone en la Casa Natal de Beethoven en Bonn y otra se conserva en la Real Academia de San Fernando en Madrid. Además, han circulado numerosas imitaciones y no pocas falsificaciones. Estas mascarillas beethovenianas han atraído la mirada de varios pintores españoles. Por ejemplo, Valentín de Zubiarre la incluye, con sentido inspirador, en el retrato que pintó de su padre, músico.
Pero viajamos ahora con la imaginación hasta Roma. Allí fallecía el 21 de noviembre de 1874 el pintor catalán Mariano Fortuny, que había residido una temporada en Granada y había pintado la ciudad desde los más variados ángulos. El investigador Emilio Cano ha investigado cada instante de estos últimos días 'romanos' del pintor catalán. Igual que Ludwig, estas semanas de Mariano fueron una pura obsesión. En este caso, pictórica. Aunque a diferencia de alemán, el español falleció casi repentinamente, lo que ha dado lugar a las más cinematográficas especulaciones al respecto.
Pero si de enigmas hablamos, uno de los más sugestivos y novelables es la obsesión de Fortuny, días antes de morir, por la mascarilla mortuoria de Beethoven. En 1869, en su vorágine compradora, había adquirido una de ellas. Y ahora la pintaba una y otra vez, en todas las posturas y desde todos los ángulos. Fueron los últimos dibujos salidos de su mano. Uno de ellos fue colocado sobre su ataúd el día de su entierro.
La muerte narró a ambos genios en distinta ciudad y diferente tiempo, porque ella no conoce geografía ni reloj. Me figuro la obsesión de Fortuny por ensayar el rostro de Beethoven dentro de sus últimas 'vanitas' o bodegón a lo fúnebre. Y, como fondo musical, esa maravilla para cuarteto de cuerda, el op. 133 del genio de Bonn, su monumental testamento antes de partir hacia el Empíreo, que no podía llamarse de otra forma que Gran Fuga.
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