Acostumbrar al disparate
Andrés Ollero
Viernes, 27 de diciembre 2024, 23:22
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Andrés Ollero
Viernes, 27 de diciembre 2024, 23:22
«Evidentemente me reuniré con Puigdemont»
Sánchez, en la portada de ABC
Aunque el 6 de diciembre, aniversario del referéndum, anime a celebrar cada año en dicha fecha el día de la Constitución –dando paso a un inefable puente laboral– de su cumpleaños jurídico dio ... cuenta el BOE de 29 de diciembre de 1978, después de haber sido sancionada por S. M. el Rey ante las Cortes el día anterior. Nos hallamos pues ante su cuarenta y seis aniversario.
Buen momento para preguntarse qué es, o no, constitucionalmente normal entre las noticias que nos ofrecen cada día los medios de comunicación. Por lo que se lee, a nuestro presidente del Gobierno no le plantea problema alguno según qué visitas y en qué circunstancias; es más, más bien da a entender qué se los soluciona. Pretende, por lo visto, convencerse de que la sociedad española «ha pasado página» sobre según qué cosas, simplemente para poder así deambular con mayor comodidad; esa de la que le es difícil disfrutar saliendo a la calle en España.
¿Cabe considerar normal que el presidente de un gobierno europeo se desplace al extranjero para visitar a un ciudadano declarado en búsqueda y captura por el poder judicial de su país? Y no precisamente para interesarse por su salud, sino para recibir instrucciones sobre cuál ha de ser su actitud política ante cuestiones tan poco irrelevantes como la ley de presupuestos.
Me parece oportuno formular preguntas de este tipo, dada mi preocupación porque acabemos acostumbrándonos a disparates poco compatibles con el respeto a la constitución de un país democrático. ¿Tiene sentido que quien ha perdido con toda claridad unas elecciones generales se apreste a asumir el poder sin mayores miramientos? Sin duda sí; sí, no olvidando los compromisos que suscribió con el electorado en plena campaña electoral y si le es posible consensuar un programa de gobierno con partidos con suficiente afinidad como para prestarse a ello.
El problema –aunque para Sánchez no lo sea– es que su gobierno no es fruto de consenso alguno sino de algo que, comenzando también por la letra c, sugiere todo lo contrario: un continuo y sostenido chantaje. Es el resultado de su peculiar concepción de la política. En una Europa digna de ser despreciada hubo quien convirtió en lema de aspectos esenciales de su política la frase «el trabajo libera». Tuvo el cinismo de presentar como campo de trabajo lo que fue un matadero humano que hizo historia; un holocausto por antonomasia.
Nuestro presidente de Gobierno pretende que consideremos normal como clave de su política otro lema nada novedoso: «el fin justifica los medios». Todo consiste en hacerse gratis, con una patente de progresismo y, movido por su fe en la propaganda y la colaboración de quienes le ayudan a mantenerla, repudiar política y éticamente a todo al que, dentro o fuera de su partido, se oponga a sus deseos.
Volvamos a nuestras preguntas, para no acabar admitiendo como normal lo estrafalario. Sin descartar la posibilidad –sin precedente entre nosotros– de que quien ha perdido unas elecciones pueda trajinar un Gobierno de coalición, ¿puede hacerlo con los condenados por un obvio golpe de Estado? ¿Puede prestarse, para ello, a indultar y amnistiar sus delitos, satisfaciendo así los aludidos chantajes? ¿Puede igualmente prestarse, con idéntico fin, a poner en marcha una financiación autonómica «singular», que privilegie los intereses de los golpistas y diseñe establemente una situación privilegiada, en perjuicio del resto de la población, ajena al enjuague?
¿Hay que considerar normal que esa falsa coalición, que aparea a grupos políticos tan dispares como Junts y ERC, que aspiran mutuamente a la desaparición de su adversario, en consecuencia impidan cualquier intento de abordar problemas decisivos para todo el país?
Lo que más me preocupa es que este panorama tan obvio pueda considerarse normal como para «pasar página» a la hora de decidir quién merece apoyo a los mandos del país. Sánchez da por hecho que la «sociedad» (?) ha pasado dicha página, quizá porque considera que lo ha conseguido en lo que aún quede amarrado en su partido. De ahí la imperiosa necesidad de insistir en que lo que no puede ser no puede ser y, además, es imposible.
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