Clavero dixit
El referéndum andaluz marcó el suicidio de la UCD y se convirtió en modelo generalizado del mapa autonómico
Andrés Ollero
Viernes, 25 de octubre 2024, 23:54
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Andrés Ollero
Viernes, 25 de octubre 2024, 23:54
«Nada que se reconozca al País Vasco y a Cataluña, puede negársele a Andalucía si esta lo desea».
'El ser andaluz'
«Lo que importa no es ser la primera, sino que el estatuto que se aprueba no sea de rango inferior a ... los del País Vasco, Cataluña y Galicia y es especialmente importante para Andalucía cuyo estatuto vigente que se pretende reformar, tiene el mismo rango que el de estas tres comunidades». Corría 2006 y hacía años que el presidente Chaves había anunciado la conveniencia de reformar nuestro Estatuto de autonomía, al encontrarse ya en trámite el llamado Plan Ibarretxe y haberse iniciado en el Parlamento de Cataluña los trabajos de reforma de su estatuto.
Detrás quedaba lo que Manuel Clavero resaltaba como la superación de «duros requisitos que no se han exigido, ni ahora ni nunca, a Cataluña, el País Vasco y Galicia», al someterse el estatuto andaluz a dos referéndums, uno de ellos el 28 de febrero de 1980 «con el gobierno pidiendo la abstención y otro el del estatuto», una vez redactado.
Más lejos aún están sus esfuerzos durante dos años como ministro de las Regiones y su paso en 1979 al de Cultura, sintomático ya de que su rechazo a cualquier olvido del protagonismo alcanzado por Andalucía en el Estado de las Autonomías en construcción, la marginaba –con él– en la UCD.
Tenía bien claro que «la Constitución de 1978 es, en la organización territorial del Estado, asimétrica» y, por entonces, solo a las consideradas «históricas» se garantizaba «parlamento elegido por sufragio universal, Consejo de Gobierno y Tribunal Superior de Justicia». Su postura era clara: «A mí no me gustaba este modelo, ya que prefería en este punto el simétrico de la Constitución de 1931».
El referéndum andaluz marcó el suicidio de la UCD y lo que había sido preocupación por Andalucía se convirtió en modelo generalizado del mapa autonómico, popularizado como «café para todos». Expresión luego trivializada, con cierto asomo de menosprecio, que me ha llevado a preguntarme más de una vez –al verlo así argumentado– ¿qué tendrán estos contra el café?», porque que lo tuvieran contra el «para todos» ni se me pasaba por la cabeza.
Había sido un largo recorrido, desde los inicios del Partido Social Liberal Andaluz –el pesla, para entendernos–, el ingrato paso por la UCD y su reto a la sociedad andaluza para suscribir un partido capaz de convertir en realidad la autonomía conquistada, sin tener que disfrazarse de marxista para parecer democrático. Sin embargo, la efímera Unidad Andaluza sería la gran ocasión perdida de conservar lo alcanzado con tanto esfuerzo. El sucursalismo heredado no estuvo a la altura y condenó a Andalucía a décadas de desgobierno, cuyos ramalazos de corrupción continúan hoy vivos en las reseñas de tribunales.
Casi veinte años después, su libro sigue aún sirviendo como señal de alarma. El contexto de posible reforma estatutaria en que fue escrito lo mantiene vivo. Parece escrito hoy: «En la elaboración de los estatutos y en la reforma de los mismos no se puede modificar la Constitución ni establecer algo contrario a ella, no se puede regular un sistema singular de financiación de la Comunidad, no se puede limitar la solidaridad en perjuicio de otras Comunidades». «Este objetivo me parece irrenunciable cuando Maragall defiende abiertamente la vuelta a la asimetría de la Constitución de 1978 y un sistema de financiación que en los resultados sea equivalente a los de los conciertos económicos de los territorios históricos vascos y el de Navarra. Esto puede ser muy perjudicial para Andalucía».
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