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No me considero especialmente supersticioso, aunque sí bastante maniático que, a lo peor, superstición y manía es lo mismo. No lo sé. El caso es que ni lo uno ni lo otro veo en este momento y lo que sí aprecio son señales. O ciertos ... hechos que nos van perfilando una realidad que más temprano que tarde se materializará en una nueva existencia. Hace unos años leí un libro que me impactó y me dejó tocado. 'Algo, ahí fuera' es el título de la obra. Su autor Bruno Arpaia contaba, lo resumo a grandes rasgos, el largo camino que refugiados climáticos del sur de Europa tenían que recorrer para llegar a los países escandinavos que era el único lugar donde se podía vivir. El clima había cambiado, las temperaturas habían subido, el agua era un lujo y la única zona donde aún se podía vivir y obtener productos de la tierra era el norte europeo. El norte muy al norte. En ese interminable y penoso camino ocurría de todo: saqueos, violaciones, agresiones, asesinatos… de todo. Y muchos de los que integraban esas columnas de seres humanos, que poco a poco se iban desplazando sorteando innumerables peligros, se iban quedando por el camino. Ya saben, los más fuertes sobrevivirán; los débiles, no. De verdad que me impactó el libro porque interioricé la situación y pensé que no estaba tan alejada de la realidad. Cierto, es ficción, pero por qué no va a llegar ese momento en que todos nos convirtamos en refugiados climáticos de seguir la situación actual. Hay señales y las vemos a diario.
El lunes, la última página de este periódico recogía una información, esta vez real, que te pone los pelos de punta a nada que tengas cierta sensibilidad hacia la situación que vivimos. Contaba la realidad de Tuvalu, un conjunto de nueve islas de coral en el Océanos Pacífico, que poco a poco va perdiendo los 4,5 metros de altura sobre el nivel del mar y que se va hundiendo milímetro a milímetro. La situación es tan dramática, grave y sin vuelta atrás que los científicos calculan que para 2050, es decir dentro de apenas 25 años, gran parte de su infraestructura quedará sumergida bajo las aguas.
Me cuesta ponerme, pero cuando lo hago soy compulsivo. Esta misma semana, en dos tardes, me vi los siete capítulos de una serie que me llegó hondo. Dinamarca, en la actualidad, se ve amenazada por la subida del mar y el gobierno decreta el cierre del país. No sé si se imaginan qué supone eso. Sencillamente que sus casi seis millones de habitantes deben abandonar sus casas, su ciudad o pueblo, su patria y convertirse de la noche a la mañana en refugiados como consecuencia del calentamiento global y marcharse a otros países a vivir. Familias rotas, posesiones que no valen nada porque nada se puede vender, sueños frustrados, proyectos de vida truncados, gente sin futuro y sin raíces. El reparto de los daneses es desigual y los países de acogida también. Ciudadanos del primer mundo desalojados de su patria para convertirse en refugiados en lugares totalmente ajenos. El drama está en el día a día. Obreros, médicos, abogados, maestros, ingenieros, estudiantes… llegan a lugares que nada tienen que ver con ellos. Que lo poco que tienen se les acaba y que tampoco consiguen un trabajo que les dé una mínima estabilidad porque no disponen de la documentación requerida para poder hacerlo, así que a muchos no les queda más remedio que realizar trabajos de manera irregular. Pero lo peor, si lo anterior no lo era suficientemente, es el odio. El rechazo al diferente, al que no es de aquí. Persecuciones, palizas, agresiones, situaciones de superioridad hacia el débil, abusos… y estamos hablando de daneses, de europeos, de un pueblo civilizado del primer mundo igual a los del país de acogida.
Pero todo esto no es muy diferente a quienes huyen de la miseria y de las guerras, se montan en un cayuco o en una patera y arriban a las costas europeas. Y esto lo vivimos a diario con el rechazo a quienes llegan al continente en busca de un futuro. También hay maestros y médicos y abogados y estudiantes e ingenieros… y encima son negros o musulmanes o moros y no los queremos entre nosotros porque nos vienen a robar y a violar y, en algunos casos, a poner bombas. Y los rechazamos, les hacemos la vida imposible y no los queremos entre nosotros porque no son como nosotros y, sencillamente, no nos gustan.
Pero nadie nos asegura que algún día no seamos nosotros los refugiados que tengamos que abandonar nuestras casas y nuestras vidas para empezar de cero en otro lugar. Algunos seguirán negando el cambio climático, que las guerras no son nuestras (la cuarta parte de la población mundial sufre conflictos bélicos), otros dirán que esto no puede pasar, pero tal y como está este mundo yo ya no descarto nada. Señales, muchas, y no queremos verlas.
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