Animales sexuales
Mi papelera ·
He tenido 38 años de oficio para comprobar cómo han evolucionado los comportamientos sexuales entre adolescentesAdela Tarifa
Jaén
Jueves, 13 de mayo 2021, 00:29
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Mi papelera ·
He tenido 38 años de oficio para comprobar cómo han evolucionado los comportamientos sexuales entre adolescentesAdela Tarifa
Jaén
Jueves, 13 de mayo 2021, 00:29
Nunca tuve vocación de monja aunque estudie en un colegio religioso. Ser monja suponía a renunciar a tener pareja, hijos; a enamorarme de un hombre. A mí me gustaban los chicos. Es que en nuestro ADN llevamos la sexualidad, que es algo bueno, sano y ... bello si no se manipula ni se distorsiona. Yo tuve suerte.
Para las niñas de mi generación, al menos en mi ambiente, despertar a la adolescencia era como abrir puertas a un mundo mágico. Era creer que había milagros. De pronto aquellos niños de la pandilla que tanto nos molestaban, por brutos, torpes, desgarbados, llenos de granos en la cara y con pelillos sueltos por el cuerpo, empezaban a parecernos menos feos. Alguno se nos trasformaba en Adonis, según que nos enamorara más o menos el susodicho. En eso de que te guste o no un hombre no hay lógica que valga. Dicen que influye la química. Yo creo que es cierto porque había muchachos que quitaban el sueño a mis amigas y a mí me parecían horrorosos. A ellos, imagino, les pasaba lo mismo con las chicas. Ese despertar a la sexualidad me pilló en un internado, con uniforme y forzado enclaustramiento. Solo las vacaciones en el pueblo –donde los domingos salían en el cine galanes guapísimos y existían chicos de nuestra edad echándonos miradas furtivas– y los artistas que veíamos por la tele cuando las monjas nos daban permiso a ver programas musicales, como uno llamado 'escala en Hifi', nos daba oportunidad a las adolescentes de descubrir que enamorarse platónicamente transportaba al Olimpo. ¡Qué guapos eran los del Dúo Dinámico! De los extranjeros, a mí me encantaba Adamo. Cuando cantaba aquello de «mis manos en tu cintura» daban ganas de llorar de emoción. Así, sin grandes traumas, moría la niña y nacía la mujer en una adolescencia progresiva y sana. Tiempo de pedir a tus padres que te regalaran los primeros zapatos de tacón fino, bajitos. De pintarte los labios a escondidas y de cuidar tu larga melena como un tesoro. De descubrir que tenías piernas bonitas y te quedaba genial ese invento de la minifalda que hacia rabiar a los curas. De decir adiós a bañadores de faldillas y pasear palmito a la orilla del mar. Yo recuerdo eso, y mucho más, como una época preciosa. Acaso porque, pese a lo que otros cuentan, el internado no cercenó mi sexualidad, por más que se intentara; y en mi casa nunca sentí ambiente represivo. Traumas no tuve Es posible que mi personalidad fuerte se consolidara en la adolescencia. Tenía ya ideas claras de lo que quería hacer con mi vida y con mi cuerpo. No estaba dispuesta a aceptar imposiciones machistas. Y si algún chico intentó tocarme sin permiso, lo tuvo crudo. Era mí no es no. Rotundo. Sin tonterías ni demagogias.
El tiempo voló, y la juventud despreocupada pasó entre guateque y guateque de nuevos verano y amores platónicos fugaces. A mí me parece ahora que aquellos muchachos de las pandillas tenían sus instintos primarios bastante controlados en público. Porque nunca vi abusos en sus comportamientos. Y un día, casi sin darme cuenta, la vida me condujo a dar clases a adolescentes en Institutos públicos. He tenido 38 años de oficio para comprobar cómo han evolucionado los comportamientos sexuales entre adolescentes, y confieso que muchas veces no me gustaba lo que veía. Es que no estaba a favor de la sexualización temprana que algunos pedagogos inculcaban en críos de secundaria, de cuerpo grande pero mentalidad aún infantil. ¡Si sabré yo lo indefensos que eran emocionalmente algunas criaturas a los 14 añitos! Niños con bigotillo incipiente pero que todavía jugaban con los Clip de famobil; que no tenían como prioritario todavía la sexualidad , que avanza despacio. Es que no todos los seres humanos despiertan a ella a la misma edad. Ni la sitúan en el mismo plano de prioridades. Por eso me preocupé un día que llegaron ciertos orientadores al instituto; entraron en mi aula y empezaron a dar una charla de temas sexuales a aquellas criaturas. Fue testigo silenciosa de sus expresiones. Unos, los más precoces, sonreían con picardía y suficiencia. Otros y otras, los más, bajaban la cabeza ruborizados. Y yo, que simplemente observaba, sentí pena por ese modo de despertar al sexo tan poco romántico, recordando mi experiencia. Mis largas conversaciones de amigas en los recreos del colegio, pletóricas de sueños y de imaginación. No envidié a esos alumnos tímidos que miraban dibujos sobre sexualidad humana en una pantalla sin ilusión. Sin que antes alguien les hubiera preguntado si ese día prefería aquello a seguir con el rollo de la clase de historia.
En una columna de IDEAL de no hace mucho leí que hoy uno de cada diez chicos entrevistados para un estudio realizado por Oxfam confiesa que ve normal tener sexo no consentido si la chica se emborracha. Que casi un 10 por ciento de adolescentes actuales ve normal que alguien se meta con una chica si viste demasiado provocativa, a su juicio. Casi la mitad no considera grave divulgar por redes imágenes de contenido sexual sin consentimiento, entre otras barbaridades. ¿Cómo hemos llegado a esto? A lo mejor tiene que ver algo con fomentar la sexualidad precoz y por aceptar como normal que todo es sexo en la vida, desvinculando sexo de afectos. Eso es especialmente peligroso si cala en mentes poco maduras. Luego, cualquier día una manada de adolescentes casi imberbes y borrachos viola a una compañera, y para arreglarlo acaban en un centro de menores, a terminar de degradarse. Allí les dicen que no es no. Eso lo tenían claro los chicos de mi pandilla hace ya 50 años sin reformatorios. Sin autocrítica, vamos mal. Muy mal.
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