A primera vista el balance de este año de la pandemia del Covid-19 podría calificarse de 'annus horribilis'. Con 1.7 millones de personas que han fallecido en el mundo por el coronavirus —en nuestro país 78.000— no resulta descabellado este análisis. Si ... a esto añadimos los devastadores efectos producidos en la economía a nivel global (aquí se han destruido 36.000 empresas), el epíteto sería indulgente. Sin embargo, a pesar de los pesares, sería más justo denominarlo, según el escritor inglés John Dryden: 'annus mirabilis', en alusión al incendio y la plaga de 1666; el '666' hacía presagiar vestigios apocalípticos. Contrariamente a las apariencias, el libro del Apocalipsis es un canto a la esperanza, ante «las maravillas» —«no hay mal que por bien no venga»— que podemos conseguir si gestionamos con maestría esta situación adversa.
Cada vez está más instalado en la cultura posmoderna aquella tentación diabólica de «seréis como dioses». Pero el virus nos ha puesto en la realidad: sólo somos una caricatura de pobres 'diosecillos' con los pies de barro, muy frágiles y vulnerables. Existe un algo trascendente que puede orientarnos, pues, como diría Chesterton: «Quitad lo sobrenatural, y no encontraréis lo natural, sino lo antinatural». Ya solo con la enseñanza de este sabio hallazgo habríamos convertido el mal en un bien. Este confinamiento —palabra del año elegida por la RAE— habría servido para reflexionar sobre el sentido de la vida y también de la muerte (aspecto que intentamos orillar). Hemos tenido que encontrar respuesta a tantas vidas truncadas —¿quién no ha participado del dolor de ese desgarro?—, a la enfermedad, al temor, a la angustia y las colas del hambre.
Afrontar esa difícil situación, todavía no superada, ha supuesto reinventarse con el teletrabajo y las videoconferencias; hemos experimentado que la economía es la mejor forma de proteger la salud. Y, sobre todo, hemos ejercitado la esperanza, la solidaridad, la generosidad, la laboriosidad…; redescubrimos aspectos que quizás antes no dábamos importancia: una reunión familiar y de amigos, un abrazo, un espectáculo público. Hemos aprendido que la responsabilidad personal es mejor que decretar un estado de alarma; que es un error el confinamiento de la actividad profesional, educativa, formativa o religiosa. Contrasta el comportamiento heroico de los sanitarios (el espíritu de IFEMA) con los gobiernos contagiados por virus procedente de la China comunista, que anteponen la ideología al sentido y el bien común.
La crisis sanitaria ha servido de excusa al Ejecutivo —«a río revuelto ganancias de pescadores»— para blindarse en el poder con los apoyos de los partidos contrarios al orden constitucional; aunque para ello tenga que maniobrar contra el poder judicial, o menoscabar al jefe de Estado. El prorrogado decreto del estado de alarma (más bien de excepción) ha atropellado las libertades —de expresión, económica, religiosa, ideológica— sobrepasando las competencias constitucionales.
En plena pandemia se aprueban leyes trascendentales como la de educación, sin el consenso y la discusión social necesaria, cuyo sectarismo hemipléjico supone despreciar a la mitad de los españoles. En nombre de la libertad —recordamos a Madame Roland: «¡Oh libertad!, ¡Cuantos crímenes se han cometido en tu nombre!»— se tiene la desfachatez, después de que sólo nos superen en muertes por el coronavirus Bélgica, Italia y Perú, de ser el sexto país del mundo que aprueba la ley de la eutanasia. Se acaban de conocer los datos de abortos en España en 2019, que asciende a 99.149, un 21,6%; todo el Camp Nou y, desde luego, superan las víctimas del SARS-CoV-2.
Para ser justos, de esta cultura de la muerte también participa la derecha, porque durante sus mandatos reflejan guarismos parecidos. Para justificar estas políticas se invocaba la doctrina del «mal menor» y así retener al electorado católico. Ésta ha resultado un engaño, cuando se podía contrarrestar con «el bien posible». En Polonia con una tasa del 28% en 1970 (etapa comunista) se reduce al 9% (Caída del Muro de Berlín) y ahora al 0,3%. Hungría ha disminuido a la mitad el número de abortos en veinte años.
La Madre Teresa de Calcuta decía que «la amenaza más grande que sufre la paz hoy en día es el aborto». Ojalá que la vacuna suponga una orwelliana «rebelión de la granja» contra la propaganda totalitaria de quienes pretenden «inmunizar al rebaño» de la libertad. Que con el entusiasmo de la Marcha Radetzky de Strauss emprendamos un 'annus mirabilis'.
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