Antisistemas sistemáticos
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La rabia antisistema es continua y lo explica todo, sean los rigores del cambio climático, las violencias de género, los desahucios o los problemas que tienen los independentistas, incomprendidosNuestro panorama público, de natural impulsivo, adquiere un aire pintoresco: se hacen sediciones financiadas con dinero público; la corrupción lo es según el color del cristal con que se mira; el presidente en funciones un día se horroriza con la izquierdísima y otro se abraza ... a ella (literalmente); mientras, por el lado de la derecha se hacen requiebros sin fijar estrategias reconocibles como tales, pues aquí se lleva más el quedarse a verlas venir y el Dios proveerá.
Otro gran misterio que plantea el panorama ideológico español es el éxito del anticapitalismo. Este furor doctrinal constituía hasta hace poco una curiosidad más. En el escenario sórdido de los tiempos de crisis, el antisistema venía a ser el adorno estrafalario que, si bien no adorna, hace gracia al visitante. Esto cambia desde que su principal encarnación, Podemos, constituirá un pilar del nuevo gobierno. Probablemente será el más importante, dada la inopia de la que hace gala el PSOE, confiado en los criterios pedristas, que tampoco parecen la roca firme a la que agarrarse en una tormenta.
Y eso, al margen de que el militante socialista no está dispuesto a ceder en rojo a nadie y resulta más proclive a querer cambiar de sistema que a mejorarlo. Buenos son.
Así que conviene prestar atención a las nociones antisistema, tácita columna vertebral del mundo que nos viene. Se presenta como una diatriba moral, llena de indignaciones por la configuración malévola de la sociedad. De sustrato adolescente, viene a suponer que teníamos derecho al mundo color rosa de la infancia, arrebatado por los ricos, los empresarios, los curas, los poderes fácticos, la fábrica de lejía que contamina, los franquistas, los fascistas –todo el mundo lo es mientras no demuestre lo contrario por la vía de empoderarse atendiendo a los auténticos intereses de la gente–.
Así, el antisistema se convierte en indignación moral, que carga de fuerza al indignado. ¿Alguna vez se le va la mano? Es comprensible, por luchar contra las malas intenciones. Y la política deviene en una suerte de Congregación Beatífica en un momento de irritación moral.
La rabia antisistema es continua y lo explica todo, sean los rigores del cambio climático, las violencias de género, los desahucios o los problemas que tienen los independentistas, incomprendidos. Todo tiene una única causa, el capitalismo. Hay que acabar con esto, reclama con urgencia. Resulta menos afortunado a la hora de definir qué traerá, pues los colectivismos, justicias punitivas y plurinacionalidades que mencionan quedan algo vaporosas. ¿Su bondad moral es por sí misma creativa, capaz de construir un paraíso social?
En realidad, tal futuro venturoso importa menos. El antisistema se siente en su salsa en las primorosas escenas de fisonomía revolucionaria que proliferan estas semanas en Barcelona, cuando los embozados cargan contra los mozos policiales y estos amagan con avanzar y retroceden. Los luchadores luchan contra el sistema, este se retuerce y eso es todo.
Otra cosa será cuando con tan precarios elementos toque organizar algún programa de gobierno, que cumpla la función de mostrar la disconformidad esencial con el país que gobierna, con los ricos y con los inmovilistas. Mostrarse a gusto con algo sería una especie de traición.
Por eso hay que agradecer que a Pedro ya no le quite el sueño la perspectiva. Conociéndole, todos podremos dormir tranquilos.
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