Francisco Domene me preguntó hace varios años y muchos más días qué me parecía petricor. No me parece, no sé qué es, le dije, y me puse a buscar pensando en una gasolinera más barata que las de petronor y unos mercados más o menos ... como hipercor. No lo encontraba pero, como estaba en Sicilia, pronto me hallé petricore, que me llevó a pensar primero en versos de Dante y de seguido me resonó con el aire de la delizia al cor que Verdi movió en La Traviata. E inmediatamente me saltearon los ojos periodistas de diversa condición, desde unos pocos serios y científicos hasta los indocumentados saltabalates que escriben de todo sin saber lo que dicen. Así que hice una encuesta entre mis conocidos con diversos grados de cultura y solamente una vieja amiga doctora en Filología clásica me recitó de memoria los versos de Homero en que cuenta cómo Venus, herida por Diomedes, manó icor, fluido que circula por las venas de los dioses inmortales en lugar de la vulgarísima sangre que chupan los mosquitos y derraman tantas víctimas humanas de los peores hombres. Decidí entonces que, sin faltarle el respeto a los doctores Isabel Joy Bear y E.G. Thomas, quienes seguían en el bautizo de su hallazgo la excelsa tradición científica en el uso del griego, yo tenía la obligación de crear un sinónimo entendible siguiendo nuestra estirpe latina y, como dócil discípulo de la escuela de Horacio, unir en honesto maridaje el humo que nutrió nuestro idioma y late en inhumar, exhumar y trashumancia, ilustre por Góngora, y ese olor, ese aroma que sube de la tierra tras la lluvia, noticia de setiembre, que le debo a Elena Martín Vivaldi. Del latín humu y pluvia me brotó humuvia, palabra respirable para designar esa fragancia umami tan apetecida como inolvidable. Y pues el bien comunicado se mejora, convoqué a tres amigos, el propio Domene, Santiago Aguaded y Dionisio Pérez, para que entre los cuatro pidiéramos a escritores amigos nuevos textos en prosa o en verso usando la palabra humuvia, no para abolir el imperio de petricor sino para ensanchar nuestra lengua con un término activo, pensado y paladeado, no recibido con la pasividad acrítica que caracteriza a nuestra ciudadanía. Tampoco pretendemos que la Real Academia lo ponga en sus vías muertas, porque no trabajamos para enterradores.

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Respondieron de América, África y Europa y pronto tuvimos un volumen que tardamos en mandar a la imprenta por esperar a las hunas y a los godos, de quienes bastantes no cumplieron los demasiados plazos concedidos y que acabaron cuando nos percatamos de que estábamos siendo descorteses con los generosos. Salió el libro (Humuvia. Alhulia, Salobreña, 2023) y detrás de él han empezado a llegarnos nuevas colaboraciones para un futuro volumen. Y en eso estamos.

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