Los ataques de Israel en el Líbano, con el objetivo de destruir por completo a Hezbolá, han abierto el escenario a una posible escalada sin precedentes en la guerra de Oriente Medio. Los bombardeos actuales son una prolongación de la guerra inacabada entre Israel y ... Hezbolá de 2006, en la que la ONU actúa como un convidado de piedra, cada vez más impotente para frenar un conflicto que puede convertirse en una auténtica amenaza para la paz y la economía mundial.

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Remontémonos al 12 de julio de 2006. Aquella tarde, mientras veía la televisión en mi casa en Damasco, escuché que Hezbolá había lanzado cohetes sobre poblaciones fronterizas israelíes y atacado dos vehículos blindados que patrullaban en la zona. En las noticias, Hasan Nasrallah, secretario general de Hezbolá, exigía en un tono desafiante la liberación de prisioneros libaneses a cambio de dos militares israelíes capturados.

Israel respondió de inmediato con bombardeos sobre objetivos de Hezbolá y la infraestructura civil del país, incluido el aeropuerto de Beirut. Al mismo tiempo, lanzó una ofensiva terrestre en el sur del Líbano e impuso un bloqueo aéreo y naval. Hezbolá, por su parte, intensificó el lanzamiento de cohetes sobre el norte de Israel y libró una guerra de guerrillas en una zona montañosa de difícil acceso. Este conflicto, que duró 34 días, terminó el 14 de agosto con la entrada en vigor de la Resolución 1701 del Consejo de Seguridad de la ONU, que estableció un alto el fuego. El enfrentamiento, marcado por su crudeza, dejó alrededor de 1.300 libaneses y 200 israelíes fallecidos. El ejército israelí, atrapado en una guerra de guerrillas en un terreno hostil, evitó con el armisticio un mayor número de bajas.

Aquella guerra acabó sin un claro vencedor. Por primera vez Israel no logró sus objetivos, mientras Hezbolá emergía fortalecido. Aún hoy, no logro entender cuál fue el verdadero papel de la ONU en aquel conflicto. Tras la guerra, se acordó el envío de un importante contingente de cascos azules para garantizar el respeto a la frontera entre ambos países que, obviamente, no han podido cumplir. España envió cientos de soldados, que aún permanecen en la base Miguel de Cervantes, en Marjayoun, al sur del Líbano.

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En 2007, como coordinador general del Instituto Cervantes de Beirut, me costó mucho esfuerzo explicar al General Ramón Martín Ambrosio, jefe de las tropas españolas en el Líbano, en un encuentro que tuvo lugar precisamente en la base española Miguel de Cervantes en Marjayoun, al que había sido invitado junto a Miguel Benzo, embajador de España en Beirut, la imposibilidad de abrir en la zona un Aula Cervantes. La idea era que los militares españoles, bajo la coordinación del Instituto, impartieran clases para acercarse a la población local, mejorar la imagen pública de nuestras tropas y hacer una labor más útil durante su estancia. Sin embargo, la complejidad de la situación, aunque se habían iniciado las clases, impedía la apertura de un Aula.

Volviendo a la actualidad, la realidad es que a lo largo de estos años Hezbolá, con el apoyo de Irán, ha ido aumentando su presencia e influencia en Siria, Irak y Yemen, poniendo en jaque la política israelí que no puede tolerar a un enemigo tan próximo, rodeando su territorio. La masacre perpetrada por Hamas el 7 de octubre de 2023, al atacar por sorpresa a Israel, matando a casi 1.500 personas y secuestrando a más de 200, desató una terrible espiral de violencia. Israel respondió invadiendo Gaza, prácticamente destruyendo toda la franja y provocando más de 41.000 muertes, en su mayoría civiles, entre ellos numerosas mujeres y niños.

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La invasión de Gaza fue seguida por bombardeos en Líbano, para contrarrestar el apoyo de Hezbolá a Hamas, que terminó con la muerte de Hasan Nasrallah, líder histórico de Hezbolá, y una ofensiva terrestre en el sur del país.

Si a esto añadimos el asesinato en Teherán del líder de Hamas, Ismail Haniya, el resultado fue un ataque con misiles iraníes contra Israel el pasado 1 de octubre, continuación de un primer ataque realizado el 12 de abril, tras el asesinato en el consulado de Irán en Damasco del general iraní Mohamed Reza Zahedi.

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Israel ha prometido venganza, e Irán ha advertido que si esto ocurre, su respuesta será devastadora. El panorama es sombrío, y el riesgo de que toda la región se vea inmersa en una guerra abierta es real. Israel, con sus ataques selectivos, mantiene abiertos siete frentes simultáneos: Gaza, Cisjordania, Yemen, Siria, Irak, Irán y Líbano, una situación extremadamente peligrosa que podría derivar en un conflicto global.

Lo más sorprendente de todo es la actitud de Netanyahu, primer ministro de la única democracia reconocida en la zona. En lugar de enfocar sus esfuerzos en la liberación de los rehenes israelíes, los ha dedicado a la aniquilación de Hamas y Hezbolá, sin importar los medios. Las terribles masacres de civiles en Gaza, junto a las explosiones de busca personas y walkie-talkies que han causado miles de heridos y muertos, tanto de Hezbolá como de civiles en Líbano, han hecho de él una figura tremendamente detestada.

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Es posible que algunos occidentales celebren que Netanyahu elimine lo que consideran terroristas, viéndolo como algo beneficioso para Occidente. Pero lanzar una bomba de más de una tonelada en un barrio residencial de Beirut para matar a Nasrallah, o explotar walkie-talkies en espacios públicos, son, en mi humilde opinión, actos abominables. Que Netanyahu justifique estas muertes como daños colaterales es simplemente inaceptable. Conocí a Netanyahu en junio de 2004, cuando era ministro de finanzas de Israel, en un acto de la recién creada Cámara de Comercio Israel-España en el que premiaron al Instituto Cervantes de Tel Aviv que entonces yo dirigía y que narro en mi autobiografía Del Palmar de Troya al Instituto Cervantes, publicada recientemente por Dauro. Al estrechar su mano, un escalofrío me recorrió el cuerpo. Su mirada profunda y fría reflejaba el poder y la seguridad de un hombre distante. En ese momento, pensé que nunca querría tenerlo como enemigo. Con un líder tan implacable al frente de un país tan poderoso, cabría preguntarse: ¿Quo vadis, Israel? ¿Hacia dónde llevas a tu nación, primer ministro?

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