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La tenemos a la vuelta de la esquina, acechando nuestros bolsillos como ladrón en la noche. Se llama Navidad y tiene la costumbre de visitarnos una vez al año para encender el fuego de la hospitalidad y para que por unos días nuestra malafollá deje ... de desearle al prójimo que sus sueños no se conviertan en realidad, como normalmente ocurre el resto del año.
Este 2023 que concluye ha sido diferente a otros años, algo así como un oasis de inflación en medio de un desierto de sustos políticos. No es que 2024 tenga mejor pinta, pero al menos comenzaremos por llamarle Bienvenido, que ya es algo. Por cierto, no sé quién confeccionó el Diccionario de Tópicos Navideños, pero le sugiero que borre urgentemente el término «derroche», que en Granada está en desuso desde los tiempos del trueque.
A estas harturas de mi existencia aún me sorprende que queden personas ávidas de desearle al prójimo felices fiestas. Una de tres: o mienten, o están vacilando al prójimo, o son la reencarnación de James Stewart en 'Qué bello es vivir' (y qué duro es sobrevivir a la cuesta de enero). Es curioso, porque acercándose la Nochebuena, las mismas gentes que normalmente esquivan el saludo o me enseñan los dientes-dientes como la Pantoja después de un blanqueado dental, me saludan con euforia deseándome feliz Navidad. Me pregunto qué les echan a los mantecaos.
Aunque resulte difícil de creer, la Navidad fue en su día una fiesta familiar. El abeto era cazado furtivamente, el pavo se compraba en la calle y los críos no tenían teléfonos móviles, sino zambombas dispuestas a acabar con los últimos residuos de salud cardíaca de los abuelos. Entrañable. Y cómo olvidar las películas televisivo-navideñas de nuestra infancia, esos filmes que estuvieron a punto de acabar con más infancias que Herodes y que hicieron de nosotros lo que somos, gente especialmente triste sin merecerlo. Aquello sí que era cine, y no la película de terror que nos vamos a encontrar los granadinos cuando tengamos que elegir entre comernos el 'polvorón' a palo seco de la factura navideña o colgarnos del pino. Van a faltar pinos.
Perdimos la oportunidad de celebrar esta fiesta como Dios manda el día que nos convencieron de que la letra de 'Los peces en el río' se comprende mejor si en Nochebuena bebes y bebes y vuelves a beber o revientas como Sangonereta, el personaje de Blasco Ibáñez que murió de empacho. En el fondo, tú lo que quieres es que te coma el langostino tigre.
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