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El tiempo y la lógica han dado la razón al sector turístico. Tres años después de que el ministro Garzón declarara en un malhadado día que el turismo español es «precario, estacional y de poco valor añadido», se ha demostrado que es su gestión la ... que aporta poco al sector. Porfiado por las críticas, el ministro añadió días después –y dale Perico al torno– que «el turismo de sol y playa está agotado». No, don Alberto, los que están agotados son los granadinos sin vacaciones. Tú ofréceles un fin de semana gratis en la Costa y verás lo agotado que está del turismo de sol y playa. Son legión los que pasan su descanso estival sin más playa que la de la postal que envió el vecino desde Lanzarote y con la tarjeta de crédito en modo archipobre y protomiseria.
Los granadinos de condición currante no disfrutan de las vacaciones, simplemente las sobrellevan. Dicho de otro modo, no es lo mismo viajar en Falcon hasta Doñana, donde le espera el Palacio de las Marismillas, que meterte en el coche con tu 'cari' y doña Ana, tu suegra, y marcharte a una playa con vistillas a amargarte.
Pero volviendo al leitmotiv garzoniano, yo pienso que el agotado no es el turismo, sino el nivel económico del turista. Por ejemplo, el guiri que se dejaba los cuartos en restaurantes, artesanías y tablaos es una especie ya casi extinguida. El de ahora –en su mayoría– es de raza precaria, compra el jamón en bolsitas de un euro y no reserva habitación en un hotel porque prefiere materializarse en casa de algún conocido granadino en calidad de gorrón.
Epílogo: en el pasado siempre tratamos al turista como lo que es, el que nos da de comer, directa o indirectamente. Pero le hemos perdido el respeto y nos hemos olvidado de aquellas reverencias que nos convirtieron en el tercer mundo más simpático y acogedor del planeta. Pero ojo, que atrás quedó también el turista abducido por la magia de Granada (tierra soñada por ellos), la ciudad donde entraban en trance con el flamenco y las ricas pitanzas de la tierra. Éramos la reserva pintoresca de occidente y ellos agradecían que nos mostráramos sin aditivos. Parafraseando a Celtas Cortos: ya no hay turistas de los de antes, y los que hay han cambiado.
En definitiva, la fórmula para que el turismo siga siendo un valor añadido es que, virgencita, se quede al menos como está.
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