El escritor Ramón Gómez de la Serna solía llamar «flor suicida» a toda aquella que crece entre las vías del tren. Granada es una metáfora ferroviaria de esa florecilla ramoniana. También es como la Penélope de Serrat, toda la vida esperando que llegue el tren ... meneando el abanico. Y ya van unos cuantos años haciendo el tonto con el abanico en la Estación de Andaluces. Los vascos tienen su Cupo, pero nuestra provincia va a necesitar un Cuponazo para remediar esta situación que se alarga desde la noche de los tiempos. Y hablando de noches y tiempo perdido, voy a contarte mi lejana experiencia a bordo de la línea nocturna Granada-Barcelona como demostración de que nuestro tercermundismo ferroviario es tan viejo como los balcones de palo. Bueno, el caso es que opté por viajar en litera, ya que supuestamente era más cómodo. Monumental error, ya que el traqueteo de aquella reliquia de Renfe inducía más al insomnio que al sueño.

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Doce horas, pensaba en aquel entonces, es un trayecto inhumano para cualquiera. Y digo pensaba porque ahora reflexiono y llego a la conclusión de que aquella odisea nocturna de vigilia, olor a pies, ronquidos y cuescos en la madrugada era mejor que la nada ferroviaria. La nada ferroviaria es esa sensación que recorre a los granadinos cuando filosofamos sobre nuestro ferrocarril: solo sé que no sé nada del tren Granada-Motril. Y la mejor: ser o no ser una ciudad con futuro, esa es la cuestión.

Y siguiendo con mi 'Cuéntame' sobre raíles, quiero relatarte que mis primeros desplazamientos fueron sentado, o mejor dicho, encajado. Así eran de duros los asientos. Aquellos fueron trayectos costumbristas donde el reparto de fiambreras y vinos del lugar a la hora de comer otorgaba al camarote una familiaridad de difícil definición. Lo que remataba la ocasión era que siempre me tocaba enfrente algún tonto del pueblo (o algún psicópata del mismo pueblo) mirándome fijamente durante todo el viaje. Granada profunda, enésimo capítulo. Fumando espero al tren que para mi provincia quiero (me parece que voy a necesitar miles de paquetes de tabaco hasta que venga, visto el panorama). Sería injusto decir que el culpable de este aislamiento ferroviario tan bananero es ese dechado de urbanidad y buenas maneras llamado Óscar Puente. El ministro no es el acabose, sino el 'continuose' de un 'empezose' que se pierde en el horizonte de un trayecto desconcertante para Granada: un viaje a ninguna parte en concreto, cortesía de los desdenes de la política.

Epílogo: «Hay trenes que solo pasan una vez en la vida». No sé quién dijo esta joya del pensamiento, pero seguro que era granadino y se refería al AVE.

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