Si no es mucho pedir, en mi próxima existencia me gustaría nacer corto de memoria. En la presente, Dios me otorgó una capacidad de recordar que ni los guionistas de 'Cuéntame'. No quiso que tuviera más patrimonio que mis recuerdos. Dado que es mi naturaleza, ... los atesoro ordenadamente en una estantería de la memoria tan mona que parece de Ikea.
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Leo en IDEAL acerca del Banco de Alimentos de Granada, que ha tenido que cerrar una de sus dos naves en verano y la otra está al quince por ciento de su capacidad. Entonces acudo a mi estantería de la memoria y rescato un volumen con los primeros recuerdos de mi infancia de familia numerosa, humilde y honrada, pero siempre al borde de una pobreza que distaba mucho de ser solemne.
En el barrio donde me crié, las familias se resumían en tres categorías: necesitadas, muy necesitadas y solicitantes de un milagro. También había una familia rica, pero sus miembros no se veían apenas por la calle porque solían moverse en alfombras mágicas estampadas con el semblante feliz de José Echegaray, o sea, volando sentados sobre miles de billetes verdes de mil pesetas. ¡Y menuda colección de alfombras que tenían los marajás!
En un apartado especial de mi memoria guardo los primeros recuerdos con el rostro de mi madre, que era y lo sigue siendo, madre de todo el mundo. A pesar de nuestra precariedad económica al borde del precipicio, siempre que caía una botella de aceite en sus manos, la mitad iba para la vecina, que al igual que ella tenía un puñado de chiquillos y un marido muy trabajador, pero con un sueldo bastante vago.
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Muchas gachas y muchas migas alternándose con maestría a través de los días, por no decir años, pero viniendo de mi madre siempre sabían a algo nuevo. También recuerdo el pan con aceite de la merienda y los días especiales de la Navidad, cuando mis hermanas bajaban hasta las Bodegas Granadinas de la calle Alhóndiga para subir doce pollos doce, picantones y churruscaditos, con los que celebrar la Nochebuena. Eramos pobres, pero con sonrisa incorporada.
La sociedad actual ya no permite ciertas licencias de felicidad a las familias necesitadas. Por eso, cuando vi la noticia del Banco de Alimentos casi vacío se me vinieron abajo el mundo y mis recuerdos. La penuria económica enseña mucho de la vida, pero no es necesario que la lección se alargue demasiado en el tiempo. En Granada, la llamada pobreza silenciosa comienza a alzar la voz en forma de cifras alarmantes: los pobres, cada vez más pobres por culpa de la inflación.
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Epílogo: El Banco de Alimentos nos necesita. Recordarse como una persona solidaria es el mejor recuerdo que se puede tener de uno mismo.
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