La forma de hablar de los granadinos trasciende los sonidos, llevando consigo el lenguaje a otras coordenadas; para algunos demasiado metafísicas, para otros puro dadaísmo. Pero, ¿de dónde surge tanta riqueza lingüística? ¿Fue por una evolución mititilla a mititilla o por una bocaná de inspiración ... cervantina? Nadie lo sabe. Lo cierto es que los autóctonos tenemos bufé libre con las palabras: nos comemos las que nos apetece hasta reventar. Justamente lo contrario que los gallegos, cuya filosofía se centra en percibir el lento: nunca te des prisa en hablar, porque si te das prisa en una palabra, se pierde la de antes.
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Para los más eruditos, el idioma granaíno no deja de ser la representación verbal del caos que vive esta ciudad desde el Génesis y su singularidad como pueblo expulsado del paraíso del progreso.
Aún así, es agradable escuchar nuestra manera de desdibujar las palabras con hondura, siempre en direcciones opuestas y sin concretar nada. Vamos, lo que viene a ser una cariñosa patadita al Diccionario de la RAE en su centro de gravedad.
Conozco a muchos paisanos que emigraron a regiones de España donde arrastrar la letra 'S' es tan común como decir 'pollas' en Granada. En lugar de conservar la particularidad de sus rasgos fonéticos, disimulaban el acento o practicaban el doloroso ayuno de no comerse las palabras para ser aceptados como hablantes con propósito de enmienda.
Misión imposible, ya que la lengua granaína es exclusivamente emocional y responde al ardor de nuestra tierra, a las tempestades de nuestro carácter y a los sentimientos 'atravesaos' de nuestro corazón. Avergonzarse de ella o camuflarla es deshabitarnos como personas.
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Dicho esto, quiero hablarte de Adam Harrison, un joven inglés residente en Punta Umbría que es uno de los grandes defensores del andaluz en las redes sociales. Este 'tiktokero', que cuenta con más de 150.000 seguidores, cree que el castellano que los andaluces hablamos es una lengua: «El andaluz se supone que es nada más que un dialecto, pero, ¿qué están hablando? ¡Es un idioma!», comenta con indómito énfasis en una de sus publicaciones.
Bien, desde aquí animo a Adamcete a conocer el idioma malafollá. Aprendiéndolo, seguro que querrá quedarse entre nosotros.
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