Mili contra el ruido
Antonio Mesamadero
Lunes, 26 de febrero 2024, 23:44
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Antonio Mesamadero
Lunes, 26 de febrero 2024, 23:44
Te cuento cómo me libré de la mili. Tras un exhaustivo examen médico (con verme fue suficiente), los doctores me declararon «excluido total». Solo valía para prisionero en caso de guerra. El estado físico de mi cuerpo escombro puso de manifiesto lo tragicómico que hubiera ... sido verme con un fusil gritando aquello de «¡Señor. Sí, señor!» o entonando el himno más viejo del ejército: «Joder con el mosquetón, cómo pesa, cómo pesa. Joder con el mosquetón, cómo pesa el muy cabrón».
Confieso que tengo cero ardor guerrero, pero reconozco que la mili que yo me perdí consiguió que muchas almas profundamente dormidas volvieran a la realidad pelando patatas o limpiando botas: dar cera, pulir cera.
Hay jóvenes que desconocen el significado de los toques de corneta y de retreta, pero a cambio conocen de sobra los toques de los vecinos cada vez que organizan una 'fiestuqui' en casa hasta altas horas de la madrugada. En definitiva, ignoran la sabia disciplina de saber cómo comportarse, cuándo levantarse y cuándo acostarse que la mili enseñaba a los más libres de la cuenta.
Efectivamente, los soldados de la litrona han hecho el petate y se han llevado el botellódromo en versión Liliput al hogar. El resto, ya lo puedes imaginar, porque un botellón en un piso es imposible que no conlleve un drama humanitario para los vecinos. Quienes hayan padecido una de estas experiencias al límite (al limite de llamar a la policía) saben que una tajada grupal no combina bien con el descanso comunitario. Yo, triste de mí, que he sufrido el botellón puerta con puerta, nunca censuraré la madrugada que la policía convenció hábilmente a aquellos libertinos sujetos con su fina prosa.
Si la moda de organizar congresos de calimocho en los pisos sigue hacia adelante y la paciencia de los vecinos sigue hacia atrás, esto va a terminar como Puerto Hurraco. Las multas por botellón son las más numerosas de la ordenanza de convivencia, pero a los 'botelloneros' parece darles igual, porque cuando las ganas de beber aprietan, ni al Ayuntamiento de Granada se respeta.
Cuentan los que hicieron el servicio militar que lo primero que les hacían nada más llegar al cuartel era raparles las ganas de hacer el tonto. Que vuelva la mili para los que se la merecen.
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