No es cierto que Daniel Dafoe se basara en la vida y andanzas económicas de un currante granadino para escribir su famoso 'Robinson Crusoe', pero ... de haberlo hecho nadie habría notado la diferencia. Las similitudes entre este superviviente de un naufragio y un trabajador ahogado porque no llega a fin de mes tienen sus consecuencias: apáñatelas como puedas. El primero vivió en una isla buscando comida, el segundo vive en su casa temiendo la hora de bajar al supermercado. Robinson y Granadino se parecen como dos gotas de agua en un océano de indiferencia donde el único paisaje común es el horizonte incierto.
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No hay nada que se parezca más a un ser abandonado en un islote –un corazón tendido al sol, que diría el cantante Víctor Manuel– que un currante al que su sueldo no le llega para pagar los mordiscos como tiburones que dan los recibos de luz, agua y gas.
Hace más de cien años que se hundió el Titanic, la gran tragedia americana donde miles de criaturas murieron ahogadas y no precisamente por la mala calidad de la comida que servían en ese barco. Nuestra ciudad es muy dada también a hundimientos, sobre todo anímicos, cada vez que su economía toca fondo. Si Hollywood es una fábrica de sueños, Granada es por méritos propios un taller de pesadillas económicas cotidianas que echan el ancla en la precariedad más abisal, esa que nadie quiere ver porque en general no encierra finales felices.
Los granadinos somos especialistas en estar ahogados eternamente bajo el mar de la inseguridad económica; solo el milagro de la lotería puede sacarnos a flote. Es curioso: todo el mundo se sabe la historia del famoso barco pero nadie tiene memoria para las criaturas que a diario chocan con su precario barquito de papel moneda contra el iceberg de la pobreza, que en Granada está bien gordo y creciendo. La historia del Titanic cinematográfico versa sobre un amor eterno incluso a temperaturas bajo cero o devorado por los jureles. O sea, un folletín barato destinado más a las sensaciones que a las emociones. Para hundimiento a lo grande, a lo español, el que sufre el monedero de un trabajador granadino cada vez que se dispara la inflación. Lo deja hecho un colador.
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Epílogo: observa detenidamente el precio de una botella de aceite de oliva y no necesitarás la película 'Titanic' para soltar lágrimas como océanos.
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