Dicen los expertos en vida intraterrestre que el primer granadino de la historia ya venía con un ADN muy predispuesto a las rebajas. De hecho, los últimos estudios del Iker Jiménez Institute afirman que esta afición por los descuentos está tan arraigada en nuestros genes ... que sería una de las pocas cosas que permanecerían intactas en este planeta de producirse un armagedón nuclear.
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Si a Piero de la Francesca le ponía cachondo el dodecaedro, a mí me asusta el cuadrilátero en el que se transforman los grandes almacenes el siete de enero, justo cuando las puertas se abren y una estampida similar a la de los elefantes en las películas de Tarzán se abre paso pisando a quien haga falta hasta arrasar con las ofertas.
La parte positiva de este indescriptible acontecimiento es que eleva el tono vital de las masas. Eso sí, antes de comprar conviene cachear de arriba a abajo al chollazo en cuestión, no vaya a ser que nos estén intentando dar gato por liebre con defectos de fábrica, pues hay comercios muy astutos que siembran de ofertas trampa sus locales para que nadie salga de allí sin haber picado varias veces en el cebo de la compulsividad: comprad, comprad malditos. «Sólo por hoy», «50% de descuento por las próximas 2 horas» y «Último día de descuentos» son anzuelos infalibles. En definitiva, lo mejor es comprar antes de que sólo quede la morralla, se desmadre la cosa y la gente comience a cambiar las cosas de sitio (encontrar el libro que buscabas entre los jamones de la sección de charcutería es un momento mágico).
Pero, ¿qué son unas rebajas? Para un servidor son la muestra de que la producción de artículos de todo tipo es superior a nuestras tragaderas consumistas. Todos los días se lanzan nuevos modelos de coches, infinidad de prendas de moda y un buen número de novedades editoriales que más que invitar a la lectura, invitan a la hoguera. También son incesantes los lanzamientos de cremas antiarrugas que sólo funcionan con la gente sin arrugas, maquinillas para recortar los diferentes setos corporales y novedosos cereales que dejan el vientre plano y el intestino como una patena. Tanto derroche de producción necesariamente lleva a las rebajas, porque no hay gente que consuma todo eso a su precio de salida al mercado.
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Epílogo: Las rebajas ilusionantes de antaño, donde el Homo Malafollensis hacía su agosto en enero, se han convertido en una prueba de fuego para evitar ser engañado o autoengañado. Conviene no olvidar que 9,99 euros son en la práctica 10 euros, la diferencia que hay entre perder la cabeza arramplando y pensárselo un poco. Sí después de haber leído este artículo aún persiste tu fiebre de rebajas, querido lector, la OCU tiene un remedio casero que la baja inmediatamente: comprueba que la publicidad coincida con la realidad y planifica antes de comprar. Mano de santo.
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