Hay quienes ven en la globalización el nuevo Jardín del Edén y la posibilidad histórica de hacer de esta jaula de grillos planetaria un mundo feliz donde vivir fundidos política, económica, social y culturalmente mientras cantamos a coro como John y Yoko 'Dale una oportunidad ... a la paz'. Pura comunicación e interdependencia que puede acabar como el rosario de la aurora o dándose cabezazos contra ese muro de las lamentaciones llamado realidad.
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Un mundo idílico es imposible, porque como dijo el poeta William Blake, las personas aún no hemos abierto las puertas de la percepción y seguimos mirando todo a través de las estrechas rendijas de nuestra caverna. En definitiva, que somos un accidente sexual-geográfico con estrecheces de miras y absurdos prejuicios culturales. «No venimos al mundo, somos arrojados a él», afirmaba con indómito optimismo el filósofo Heidegger. O sea, que nadie elige dónde nace y en qué cultura se forma como persona o algo parecido.
La idea de que «el mundo es uno solo» es una combinación letal de esperanza e ingenuidad que sugiere la idea de que, a pesar de las diferencias culturales, geográficas y sociales, todos compartimos un único mundo y deberíamos buscar la unidad y la comprensión entre las personas. Y dos huevos duros. Como teoría emociona hasta la lágrima, pero llevarla a la práctica es irrealizable por la nula voluntad de tantas tribus irreconciliables. Creer en la posibilidad de un planeta sin fronteras es como creer que los pollos nacen ya fritos.
Háblale de lo guai que es la globalización a esas criaturas que vienen a Granada a currar, y de paso a sobrevivir tan bien como nosotros. Son los herederos de aquellos primeros inmigrantes que llegaron hace décadas a nuestra tierra convocados por el 'efecto llamada', un saludo de bienvenida laboral que en ocasiones camuflaba una rentabilidad económica encubierta, ya que no se les demandaba como nuevos trabajadores, sino como nuevos trabajadores más baratos que los autóctonos, que ya es decir. Todos han contribuido y contribuyen al progreso de esta ciudad, por lo que su regularización la veo justa.
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Nadie debería sentirse extranjero en ningún sitio, y los granadinos tenemos que dejar claro que nuestro peculiar mundo es de todos los que se acerquen a él en son de paz. Porque a solidarios y acogedores no hay quien nos gane cuando queremos. Y a malafollás, tampoco.
Aún queda mucho para la globalización moral, pero hay que intentarlo. Bienvenidas sean las regularizaciones, porque necesitamos nuevos refuerzos en esta trinchera de las tres culturas.
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