Una vez escuché decir a un autodenominado humorista que un anciano se parece a un bebé en que ambos lucen un pelo muy fino, no ... tienen dientes y el pipí se les escapa sin avisar. ¿Por qué lo llaman humor cuando quiere decir mala leche?

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Un abuelillo de mi barrio es víctima de las pérdidas de orina y él sí que se toma este contratiempo con un humor exquisito y para todas las edades. Cuando le ocurre en plena calle, en lugar de venirse abajo suele bromear. «¿Dónde está el pipí, Antonio? Mira, ni gota ni gota, como en el anuncio de los pañales», me dijo la última vez que me lo encontré con una señora mancha de pis en el pantalón. Genio y figura.

La edad nunca me ha resultado un tema especialmente cautivador. Cualquiera puede hacerse viejo. No se necesita ningún talento, solo vivir lo suficiente. Lo que sí resulta cautivador es la habilidad de algunas personas para dar vida a sus años. La última vez que me impresionó alguien mayor fue el otro día, cuando vi a un apuesto abuelete aparecer en el Palacio de Carlos V. Tenía un pelo blanco delicadísimo y las arrugas surcaban su cara en varias direcciones. Unas piernecillas de alambre pusieron la guinda a esta fina estampa. Era Richard Gere, el mismo actor que hace cuarenta y cinco años lucía un pelo negro como Pocahontas y se agarraba el paquete con envite torero en 'American gigoló'. No quedaba ni rastro de aquel oficial y caballero con el que soñaban todas las nenas y más de un nene. Superada la primera impresión, me percaté de que el envoltorio estaba un poco arrugado pero su interior era de una calidad humana extraordinaria.

Gere es el ejemplo viviente de que los años pueden ser como los buenos vinos o incluso mejor que la bodega entera. La anécdota del intérprete de 'Pretty Woman', entrando en la cocina del restaurante Ruta del Veleta para felicitar a los cocineros es una hermosa muestra de agradecimiento y la prueba de que la vida es como un buen libro: lo importante no es que sea corta o larga, sino que esté narrada con el corazón.

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Ingmar Bergman, que no era la alegría de la huerta sueca, dijo que la vejez era como una montaña, que conforme la subías te ibas cansando pero la vista era más amplia y serena. En estos premios Goya granadinos, nosotros hemos puesto la montaña, nuestra querida Sierra Nevada, y Richard Gere la vista amplia y serena. Un buda pasó por Granada.

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