Caminar por Granada en verano es tan peligroso como meterse en una sauna a toda potencia. Pasados unos minutos te evaporas o bates un récord olímpico de natación dándote unos largos en tu propio sudor, dependiendo de cómo te pille el cuerpo.

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Con el alma ... rendida de Don Quijote y el cuerpo de Gandhi, ayer no tuve más remedio que desenchufarme del ventilador y salir a la calle a hacer un recado. Transcurridos unos minutos de peregrinaje, pensé que tal vez lo del cambio climático no sólo es cierto, sino que también es definitivo. El asfalto, a pesar de la temprana hora, prometía convertir en espeto humano churruscadito a todo aquel que no estuviera en casa antes de las once de la mañana. Al aventurero le digo que si busca una experiencia que le dé un nuevo sentido a su vida, nada mejor que la Gran Vía a las tres de la tarde sin gorra ni cantimplora. El desierto del Sáhara le parecerá la playa de Ipanema comparado con ese infierno. Eso sí, terminará encontrándose a sí mismo, pero tendido sobre la acera y pidiendo al párroco más cercano la extremaunción o un botijo para elefantes.

Granada siempre fue muy calurosa en verano, pero la cosa comenzó a mosquearme durante aquél tórrido invierno de 1995 que provocó la cancelación del Campeonato Mundial de Esquí. Las terrazas de la capital se llenaron en pleno diciembre de gente que tomaba sus cañas en bermudas y a pechote descubierto. Ahí supe que algo estaba cambiando en el clima y que la fresquita de nuestras mañanas veraniegas se iría acortando con los años como se corta la simpatía natural de un niño granaíno que oposita a adulto malafollá.

El estío debería de servir al granadino para olvidar todas las ofensas ferroviarias a las que es sometido durante el año y practicar el «salto del tigre» en su retiro playero. Pero el estrés y la inflación han mermado sus legendarias ganas de fornicio playero y recortado el dispendio en los chiringuitos. Vuelve a estar más de moda que nunca la nevera de playa junto a la tumbona.

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Epílogo: El sol cumple en verano su función de calentarnos más de la cuenta. Los políticos también. Tengo un amigo que hace unos días esperaba ilusionado en la terminal de Andaluces a que partiera su tren. Entretanto, abrió el periódico y se fijó en un titular donde un destacado cargo público afirmaba con vehemencia que Granada progresa a una velocidad increíble. Minutos después, le llegó la noticia de que su tren había sido cancelado también a una velocidad increíble. Fuego en el cuerpo le entró.

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