En los anales del PP tendría que plasmarse lo ocurrido el 10 de julio, fecha de la celebración del cara a cara entre Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo. A las doce de la noche la formación popular tocó el cielo con un inapelable triunfo ... conseguido meritoriamente por su líder contra todo pronóstico. Lo ocurrido a partir de ahí es un arcano indescifrable que provocó el descenso del partido hasta el punto de desafiar a todas las encuestas y quedarse con escasas posibilidades de gobernar tras obtener una pírrica victoria en las elecciones.

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Desde ese momento, quizá cegados por el humo traicionero de un gobierno asumido, los de Feijóo se convirtieron en una versión política de aquel personaje de 'cartoon' que fue Pierre Nodoyuna. El despropósito habitó en el principal partido de la derecha española hasta el punto de comportarse de una manera errática e incomprensible en los últimos días de campaña que, claramente, le sobraron.

Mientras Sánchez no daba por perdida una batalla que todos veíamos en su contra, el PP desapareció del foco quizá pensando que lo único que tenia que hacer para llegar a la Moncloa era no agitar el agua y mimetizarse con el terreno. Craso error.

Tras la conmoción siguiente al escrutinio, Alberto Núñez Feijóo parece continuar en estado de bloqueo. La carta que remitió a Pedro Sánchez era de una ingenuidad tal que el líder socialista, ajeno a comportamientos enternecedores, aprovechó para endilgarle toda una retahíla de desprecios y humillaciones desde su soberbia y prepotencia habituales.

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En medio de este desigual intercambio epistolar, el ínclito Pedro Rollán, a la sazón vicesecretario nacional de Coordinación Autonómica y Local del PP, no tuvo mejor ocurrencia que afirmar en una entrevista que el partido exploraría todas las vías de diálogo dentro de la Constitución, como respuesta a una pregunta concreta sobre si hablarían con Junts. Eso dio pábulo a la disposición de los populares a sentarse con los de Puigdemont con el consiguiente desconcierto dentro y fuera del partido.

Al día siguiente, tuvo que salir a desmentirle la número dos de la organización, Cuca Gamarra, aunque después el PP reconoció que pudo haber algún contacto «a título personal». Por cierto, Gamarra patinó al responder a una cuestión sobre si se habían visto con Vox: ella lo negó rotundamente y añadió que «todos sus contactos son transparentes y sin ocultación alguna». Lo malo es que a las dos horas, los de Abascal rebelaron una tenida entre el líder ultraderechista y Feijóo que se había producido días antes, dejándola a los pies de los caballos. La descoordinación en las filas populares es evidente.

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Mario Garcés, responsable popular de Economía en tiempos de Pablo Casado, no se cortó al señalar en una intervención televisiva la falta de liderazgo y la ausencia de rumbo, proyecto e ideas nítidas en su partido. Todo hace prever que si no se aclaran pronto Garcés no será una voz aislada y quejosa por el apartamiento al que ha sido obligado por parte de la nueva dirección.

Feijóo puede y debe someterse a la investidura si el Rey así se lo encarga, pero también debe ser consciente de que tiene por delante un camino muy difícil. A ver en qué queda la ultima oferta de Vox consistente en apoyar al líder popular sin entrar en el Gobierno. Esto podría abrir puertas, en forma de apoyos, hasta ahora cerradas por la temida presencia de los de Abascal en un hipotético gobierno presidido por Feijóo. Es tiempo de la alta política y de negociar con prontitud, intuición e inteligencia. Veremos.

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